Calabazas de Fuentidueña

Una gran iglesia para un pequeño pueblo

Con sesenta habitantes, Calabazas confía en la pervivencia del pueblo, aunque se convierta en zona de recreo

Texto y fotografías de Isabel Jimeno.

Texto y fotografías de Isabel Jimeno
Arriba y abajo, subiendo y bajando cuestas, se llega a Calabazas, en un desnivel. Su majestuosa iglesia, en lo alto del pueblo llama la atención. Su altitud hace pensar que a sus pies se asienta una gran localidad. Nada más lejos de la realidad. Como muchos pueblos, ha perdido población y su censo no llega a cien habitantes.

Son poco más de sesenta las personas que viven en Calabazas y la imparable tendencia del censo siempre «es la baja», lamenta el alcalde, Fernando San Juan, que con tristeza confiesa que no hay niños y hace más de veinte años que nació el más joven que vive en la localidad.

Ahora, con el verano, al menos Calabazas puede recuperar parte de la alegría que los duros inviernos y la escasez de habitantes le niega durante buena parte del año. Poco a poco, las casas comienzan a abrir sus puertas. «Esto tiene una dinámica», apunta Fernando San Juan. En mayo llegan los primeros hijos del pueblo que regresan a sus raíces. «Son matrimonios jubilados que vienen porque ponen el huerto y ya hacen parte de la primavera, el verano y se quedan en otoño hasta la temporada de las setas, y cuando se acaba la temporada de las setas, se van y ya no vuelven».

Después les toca el turno a los cazadores, que acuden cada fin de semana a Calabazas mientras dura la temporada. Pero ahí se acaba la afluencia de visitantes y los pocos que se quedan deben hacer frente al largo invierno

Estos días la solitaria imagen de las calles de Calabazas queda aparcada gracias a la llegada de veraneantes que permite que el pueblo alcance los trescientos habitantes «e incluso algún fin de semana más», advierte el alcalde, que aún así echa en falta más gente. «En verano también los jóvenes que van de fiesta en fiesta de los pueblos, aunque también se está perdiendo eso y se nota». Entre los puntos álgidos del verano figura la semana de las fiestas. Una vez pasadas las de Santa Isabel el primer fin de semana de julio, les toca el turno a las de Nuestra Señora de la Asunción y San Roque, que se adelantan al fin de semana anterior «porque las orquestas el día 15 cuestan muchísimo dinero y como no tenemos la adelantamos un fin de semana, que parece que no, pero se nota».

Parajes naturales

Aún así, Fernando San Juan confía en que la tranquilidad y los bonitos paisajes que ofrece Calabazas, con un pequeño valle poblado de quejigos y matorrales salpicados de majuelos y fuentes naturales como la del Moro, la del Lobo o la de la Sombría como uno de los rincones más bonitos, sigan atrayendo a la gente e incluso puedan dinamizar la economía a través del turismo rural, que también ha llegado a la localidad de la mano de una casa abierta hace algo más de un año. «Me gustaría mucho que el pueblo se pudiera mantener a través del turismo. Las pocas esperanzas que tengo las tengo en que la gente del pueblo, aunque esté en Madrid, no se olvide de que tiene aquí sus casas y se está muy a gusto y es muy agradable y en que funcione el turismo rural no solo en Calabazas, también en toda la zona para que se mantenga. Que no desaparezcamos, tampoco pido que seamos núcleos muy importantes, y que no desaparezca la población rural», apunta el regidor, que es consciente de que el relevo generacional para seguir con las labores del campo «se ha roto totalmente», gracias en buena medida a que los jóvenes comenzaron pronto a salir del pueblo para estudiar y buscar un futuro lejos de la agricultura. «Tuvimos unos años en los que éramos el pueblo de España que, en porcentaje, tenía más títulos académicos porque nuestros padres lo vieron pronto y nos mandaron a todos a estudiar».

Exprimir la tradición

Las bodegas de Calabazas conservan el vino que elaboran sus vecinos de forma artesanal

Texto y fotografías de Isabel Jimeno.

Botellas de vino en el interior de una bodega de Calabazas. /Isabel Jimeno

Una pequeña puerta abierta en la roca da entrada a todo un mundo bajo tierra. Por una escalera se accede hasta el interior de la bodega. Allí no existe el calor. Son el mejor remedio para huir de las sofocantes jornadas estivales. La temperatura, siempre fresca, se mantiene casi igual a lo largo del año y conserva en su interior bebidas o alimentos sin necesidad de electricidad.

Allí reposan las botellas del vino de cosecha elaborado con los racimos de los majuelos que salpican los bellos paisajes de Calabazas, en un valle poblado de quejigos y matorrales regado por las fuentes naturales como la del Lobo, la de la Sombría o la del Moro que brotan por los rincones. Y es que los viñedos de Calabazas se encuentran en una zona de difícil acceso que, unida al descenso de población, ha provocado que muchas cepas se hayan perdido. Pero eso no significa que todavía no haya familias que sigan cultivando las vides con las que luego elaboran sus particulares caldos. «Todavía hay dos o tres vecinos que hacen vino propio», apunta el alcalde de la localidad, Fernando San Juan Galindo, quien se encuentra entre ese reducido grupo de familias que todavía vendimian y hacen vino.

Otros, aunque no cuenten con majuelos, no renuncian a la tradición y al placer de degustar aquello que ellos mismos elaboran y compran la materia prima en la cercana localidad de Valtiendas para luego elaborar su propio vino de cosecha. Comprar el mosto y dejarlo que fermente en la bodega es otra de las opciones en este pueblo que no renuncia a esta tradición vitivinícola, mucho más arraigada entre todos los vecinos hace unos años.

Lagares
De hecho, en el pueblo existían unos lagares públicos en los que los vecinos prensaban la uva que luego se convertía en su propio vino. Ahora estos ya no funcionan, aunque en alguna bodega particular todavía se conservan estos instrumentos que algunos continúan utilizando. En lagares, en prensas o de cualquier modo, «cuando hay tiempo y cada uno como puede», el inicio del otoño trae hasta Calabazas la cita en las bodegas para preparar los caldos que luego degustan en las meriendas que no faltan durante los fines de semana y, sobre todo, durante la primavera y el verano.

Unas meriendas que se trasladan desde las bodegas que cada familia de Calabazas tenía excavada en la roca hasta los mesones particulares construidos a la entrada. Un pequeña estancia en la que, junto a la comida, nunca puede faltar ese vino propio elaborado cada año con tanto esmero.

Riqueza natural

Fuentes y majuelos salpican el paisaje de árboles, arbustos y campos de labor de Calabazas

Texto y fotografías de Isabel Jimeno.

El ambiente de Calabazas comienza a cambiar estos días. Y no solo porque el campo mude su traje del invierno, sino porque las calles y casas de la localidad comienza a tener más gente. Sus habituales moradores se multiplican con la llega del buen tiempo. Gentes que un día salieron de aquí y que regresan al lugar en el que hunden sus raíces para pasar parte del año. Aquí cultivan siembran sus huertos y recogen los frutos. Pasan el verano y parte del otoño, hasta que acaba la temporada de recoger setas, antes de dejar el frío invierno de Calabazas.
En unos meses, también llegarán los jóvenes. Esos que casi no quedan en el municipio. Lo hacen para disfrutar de las fiestas de la localidad, a principios de julio y a primeros de agosto, y de otros pueblos cercanos.
Las actividades festivas y de la semana cultural son un reclamo para acercarse a Calabazas en épocas puntuales. El resto del año, el paisaje que rodea a este pueblo de Tierra de Pinares, muy próximo a la monumental villa de Fuentidueña, es una excusa para recorren los rincones de Calabazas. En el interior del pueblo, sobresale la gran iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Un enorme templo, en lo alto, bajo el que están excavadas buena parte de las bodegas tradicionales con que cuenta la localidad.
A ellas llegan los racimos de los majuelos que aún se siguen cultivando en Calabazas. Cada vez menos, pero las vides aún salpican el campo, entre los arbustos y quejigos de la escarpada zona.
La abundancia de fuentes es otro de los atractivos de este pueblo que ve en el turismo rural una posible vía para mantenerse con vida en el futuro. Entre el verde de árboles y matorrales rompen las fuentes que aún tienen agua, aunque tan sólo sea durante una época del año. De camino hacia el Vivar de Fuentidueña irrumpen la del Moro, la del Lobo, la de la Sombría, la del Cuadro o Fuente Pelayo, algunas de las fuentes que riegan y embellecen este pequeño pueblo segoviano con nombre de planta herbácea.

Para disfrutar del paisaje

La llegada de inmigrantes permite ver de nuevo niños en Calabazas después de más de veinte años

Texto y fotografías de Isabel Jimeno

Poco a poco, el goteo de gente se va intensificando. El regreso de quienes aquí tienen sus raíces comienza en primavera y se intensifica en verano. Atraídos por la tranquilidad y los bellos paisajes que rodean Calabazas de Fuentidueña, los hijos del pueblo regresan cada año a él para dar algo más de vida a este pequeño municipio segoviano. Paisajes salpicados de majuelos, quejigos y numerosas fuentes que invitan a la relajación y el pausado paseo por estas tierras de la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña.

Precisamente de cara al buen tiempo, cuando más gente pasea, el Ayuntamiento quiere acometer uno de los proyectos destacados en los que ya está trabajando. Se trata de la construcción de unas fosas asépticas en los desagües del pueblo que vierten a un canal de riego, o regadera, como se conoce en el pueblo, que discurre paralela a uno de los caminos de paseo más frecuentados para evitar así "olores en verano", advierte el alcalde, Fernando San Juan Galindo.

Es una de las iniciativas que quieren llevar a cabo, conscientes de que tiene que ser «poco a poco», en función de la adjudicación de ayudas que compensen el escaso presupuesto municipal.

Arreglar las calles que ya se van deteriorando, potenciar el alumbrado público con más puntos, pese a que «consume mucho» y el coste es muy elevado, y concluir la renovación de la red de agua potable, ya casi acabada, son otros de los proyectos que quiere acometer el Ayuntamiento de Calabazas, a la vez que reclama la instalación de métodos para que los vehículos reduzcan la velocidad al cruzar el pueblo.

Y es que después de muchos años, hace unos meses se hizo realidad, por fin, la petición de arreglo de la carretera entre Fuentidueña y Fuentesaúco de Fuentidueña que atraviesa la localidad de Calabazas. Una importante mejora que los vecinos notan y agradecen, pero también ha supuesto que los vehículos pasen más rápido, con el consiguiente peligro para sus vecinos, sobre todo para los niños.

Y es que aunque hace más de veinte años que Calabazas registró el último nacimiento, en los últimos tiempos, la llegada de una familia búlgara con tres hijos ha hecho posible ver de nuevo pequeños por las calles de este pequeño pueblo con escaso medio centenar de habitantes. Pero en verano son más los que llegan aquí para disfrutar de sus fiestas, Santa Isabel y Nuestra Señora de la Asunción y San Roque, y del encanto de este pequeño municipio.

Mal transporte

Pese a que las vías de comunicación han mejorado, el transporte público aún presenta deficiencias. «Esta muy mal», lamenta el alcalde. Y es que, por el momento, sólo cuentan con servicio de autobús dos veces por semana siempre que los usuarios llamen para que el vehículo se acerque a recoger a los pasajeros y llevarlos hasta la estación de Fuentesaúco de Fuentidueña, donde enlazan con los servicios a Segovia y Valladolid. Un servicio insuficiente, sobre todo, teniendo en cuenta que la población de Calabazas de Fuentidueña, como la de la mayoría de los pueblos, sobre todo pequeños, está demasiado envejecida.

Un templo majestuoso

La llegada de inmigrantes permite ver de nuevo niños en Calabazas después de más de veinte años

Elena Rubio Aragoneses Calabazas de Fuentidueña

Calabazas de Fuentidueña se sitúa al norte de la provincia, en una acusada pendiente que marca la traza de su casco urbano y que los vecinos de la localidad han sabido aprovechar para instalar bodegas que durante años han conservado el vino producido en la zona. Fueron construidas a lo largo del siglo XIX y los vecinos calculan que habrá unas dos bodegas por habitante varón. Hace años, existían unos lagares públicos donde los vecinos prensaban la uva para hacer sus propios caldos. En la actualidad, este tipo de instrumentos todavía se conservan en alguna bodega de algún habitante del pueblo.

Y es que aunque algunas bodegas conservan la tipología de la zona, otras han evolucionado a merenderos para sus dueños ya que son el mejor remedio para huir de las sofocantes jornadas estivales. Las bodegas se encuentran localizadas en montículos cercanos al pueblo y en la ladera del cerro de la iglesia.

Una iglesia, dedicada a la Asunción, que es una obra monumental que responde a un gran proyecto gótico postmedieval que quedó sin terminar. Para acceder a este imponente templo, hay que hacerlo por una escalinata de amplios escalones, que remonta por la ladera del cerro.

Del templo destaca la portada de estilo plateresco. En ella pueden verse dos escudos con las armas de los Mendoza y Luna, es decir, Álvaro de Luna y Mencía de Mendoza, ambos fundadores a mediados del siglo XVI del Hospital de la Magdalena de Fuentidueña. Se cree que esta fachada pudo pertenecer a este edificio, hoy en ruinas.

En el siglo XVI se construyó el gran crucero del templo de Calabazas de Fuentidueña. Los brazos, el transepto y el presbiterio se cubren con bóvedas de crucería mientras que la nave se divide en tres tramos cubiertos por bóvedas de arista. En los 'brazos' del templo se conservan dos parejas de retablos gemelos barrocos aunque sobre todo destaca el retablo mayor con sus tres calles separadas por columnas salomónicas. En las dos laterales se disponen lienzos, mientras que la central se reserva para el sagrario, el expositor y la imagen de la Asunción. En la parte superior, hay un Calvario.

No es el único monumento religioso que posee el pueblo ya que a las afueras de la localidad se localiza la ermita de San Roque. Se trata de un sencillo humilladero del siglo XVII. Se da la curiosa circunstancia que sobre la puerta se encuentra un hueco con una pequeña campana en su interior. Sobre él se levanta otra espadaña en cuyo interior se aloja otra campana más. Esta circunstancia hace pensar a muchos historiadores que la construcción de este templo se debe dos momentos diferentes en la construcción del templo o que la ermita tuviese una ampliación posterior.

Nombre

El nombre de esta localidad no ha variado mucho con el tiempo, excepto, lógicamente, en su ortografía. Por ejemplo, en 1247 se cita el pueblo como 'Calabaças'. Al parecer, los repobladores debieron de poner este nombre a la localidad porque por esta zona se cultivaba este producto. La designación de los pueblos con productos agrarios no resulta extraña por estos pagos. A pocos kilómetros se encuentra la localidad vallisoletana de Rábano, Manzanillo y Olmos de Peñafiel. Dentro de la provincia de Segovia existe Fuente el Olmo o Fuentesaúco, refiriéndose a árboles.

Hoy en día en los suelos pedregosos apenas crece la vegetación como consecuencia de las duras condiciones ambientales. Tomillo, lavanda, salvia y mejorana son algunas de las plantas aromáticas que se adaptan a las duras condiciones y bajo las que se cobijan cogujadas, alondras, perdices y otras aves esteparias.

Una población en descenso

Una población en descenso

MÓNICA RICO | SEGOVIA.

Entrada al pueblo de Calabazas, en cuyo casco urbano sobresale la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. :: MÓNICA RICO

Con la llegada del mes de junio y los primeros tintes del verano, el paisaje de Calabazas cambia de forma automática. No sólo sus campos verdes se tornan dorados, sino que las calles que, durante el invierno se han encontrado prácticamente desiertas, vuelven a tener color y algo de vida, gracias a los hijos del pueblo que regresan en busca de la tranquilidad que ofrece un municipio de apenas medio centenar de habitantes, donde la despoblación se ha cebado de una forma contundente.

Uno de los principales problemas del medio rural es una realidad en Calabazas, donde se registraban casi 300 habitantes a principios del siglo pasado, una cifra que aumentó y en el año 1950 se situó en los 430. Pocos creen que datos poblacionales similares se puedan volver a repetir, teniendo en cuenta que desde entonces el número de vecinos no ha hecho más que descender y que la media de edad de los habitantes actuales es muy alta.

En 1981, la cifra de vecinos ya había quedado en el centenar y un poco por encima se situaba en el año 1991, cuando se registraban 103 vecinos. Sin embargo, en los últimos años no ha subido del centenar y, ya más cercano, en el 2008 por primera vez la cifra se situó por debajo de los 50 habitantes, que es la registrada en la actualidad.

Esta evolución demográfica negativa se unió hace unos años al declive del sector agrario, que ya de por sí no fue nunca muy abundante en Calabazas, un término donde predominan los suelos pedregosos en los que apenas crece la vegetación, debido también a las duras condiciones ambientales. El cultivo de cereal y pequeñas huertas se han hecho un espacio junto a variadas plantas aromáticas, que se han adaptado perfectamente al especial clima de la localidad y tintan todo su entorno de bonitos colores y agradables olores.

A pesar de la escasez de vecinos, aún hoy se conservan varios viñedos en los que los vecinos aún hoy producen su propio vino. Aunque el cultivo sea cada vez menor, como testigo mudo de un pasado bastante más esplendoroso, permanecen ancladas en la ladera, especialmente en la subida hacia la iglesia, numerosas bodegas, algunas de las cuales hace años que no ven cómo se elabora el vino en su interior. Sin embargo el vino siempre está presente en las comidas, meriendas, cenas y reuniones que aún se realizan en estas pequeñas cuevas excavadas en la roca, que se convierten en el lugar ideal para los encuentros en verano, cuando el calor aprieta.

Tradición

La tradición vinícola en la localidad llega de lejos, y hace años que en el municipio existían incluso unos lagares públicos, para que los vecinos prensaran la uva. Hoy ya no están en funcionamiento, pero aún algún vecino cuenta con uno de estos instrumentos para su uso personal en alguna de las bodegas que llenan la colina. Este pasado ligado a la viña ha sido reconocido hace unos meses, cuando se ha incluido el municipio de Calabazas dentro de la denominación de origen Vinos de Valtiendas.

A pesar de la disminución de la población, está claro que Calabazas fue en su día un municipio de importante tamaño. La iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora de la Asunción es un recuerdo de ello, ya que se trata de una obra monumental que responde a un gran proyecto gótico postmedieval que quedó sin terminar por motivos que se desconocen.

Dentro del patrimonio del municipio también destaca un conjunto formado por la fuente, el pilón y los lavaderos, unas instalaciones que en su día dotaron al pueblo de nuevos servicios. Se trata de cuatro conjuntos que se comunican entre sí y que aprovechaban el agua para diversos usos. Así, el de la fuente era para consumo humano; el sobrante llegaba al pilón para el ganado. De aquí a la pila de aclarado del lavadero y seguidamente a la del lavado.

EL NOMBRE

Parece que la localidad obtiene su nombre debido a la abundancia del cultivo de calabazas en la zona. La primera referencia documental data del año 1247, cuando aparece nombrado como Calabaças denominación de la que deriva su nombre actual. Posteriormente se le añadió el apellido 'de Fuentidueña' por pertenecer a esta Comunidad de Villa y Tierra.