Marazuela

La segunda vivienda como salvación

Los proyectos para construir casas de segunda residencia permitirán mantener con vida Marazuela, que en veinte años ha reducido su población a la mitad

Texto y fotografías de Isabel Jimeno.

Para hacer una conversación al día hay que dar muchas vueltas para encontrarse. Me paso días sin abrir la boca», apunta entre risas y tristeza Eleuterio, un octogenario de Marazuela, que esta vez sí ha encontrado la compañía de Donaciano en la plaza. Al igual que ellos, cerca del 90% de los pocos vecinos de esta localidad son jubilados, los jóvenes escasean y tan sólo cinco niños viven aquí. Pero su presencia apenas se nota durante el día, están en el colegio en Sangarcía o van la instituto a Segovia. La sangría de la despoblación se palpa cada año más y en las dos últimas décadas se ha reducido a la mitad, hasta situarse en sesenta vecinos.

Con unas perspectivas de futuro «nada halagüeñas» las esperanzas por revitalizar el pueblo se encuentran puestas en la intención de una empresa de construir una urbanización con más de trescientas viviendas y en la modificación puntual de las normas urbanísticas para poder edificar casi un centenar de casas en unos terrenos municipales. El alcalde de la localidad, Felipe Bermejo, espera que con este ‘boom’ inmobiliario, aunque Marazuela no recupere habitantes, al menos pueda mantenerse con vida. Y es que la demanda llega de fuera, a la vez que las casas del casco urbano se rehabilitan para poder pasar en ellas unos días. «La gente comprende que la calidad de vida está en los pueblos», explica el regidor, que encuentra en los quince minutos en coche que separan la localidad de la futura estación del Tren de Alta Velocidad uno de los motivos de la previsible expansión de Marazuela. «El Ave tiene que traer gente a Segovia y eso puede significar también traer empresas».

No serán sus vecinos, los que conviven día a día en el pueblo, pero ahora la ciudad devolverá el flujo de población que desde finales de la década de los 30 azotó Marazuela, un pueblo que hace sesenta años rozaba los cuatrocientos habitantes.

Grandes casas y plazas son el símbolo que aún pervive de ese pasado. «Hasta el que hace la labor del campo se va a vivir a Segovia. No se quedan y no será porque no tenemos buenas casas. Son enormes y no las minicasas que van a hacer ahora», bromea Eleuterio. Solo la opción de contar con una segunda vivienda mantiene el pueblo en pie.

Con las fiestas, Marazuela recupera buena parte de sus hijos. «En verano crece mucho la población. A los chicos les gusta venir para ir a las fiestas de otros pueblos. Es un pueblo que no tiene peligros», subraya Eleuterio, que el resto del año tiene en los paseos por el pueblo y la televisión su mejor entretenimiento.

Patrimonio

Paseos por el pueblo que permiten ver la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, rehabilitada en 1992; la ermita, donde reposan los restos de los marqueses de Lozoya; el viejo potro de herrar o las pilas de lavar, ahora colocadas como elemento decorativo en una gran plaza del pueblo. «Las colocamos hace unos diez años porque corrían peligro de que nos las robaran porque estaban muy cerca de la carretera» advierte el alcalde, quien recuerda que hace dos años les sustrajeron los capiteles de la ermita. «Rompieron la columna y se llevaron los capiteles. La Guardia Civil me devolvió unos, pero no eran míos, eran del Palacio de Valsaín».

Patrimonio en peligro

La ermita de Marazuela sufrió el robo de los capiteles de las columnas del porche en marzo del 2002

Isabel Jimeno.

Ermita, desprovista de los capiteles y columnas en el porche de entrada al templo. / Isabel Jimeno

Una plaza grande, demasiado grande para el poco más de medio centenar de habitantes, recibe al visitante a su llegada por la carretera que atraviesa el pueblo. Junto a unas modernas formas cuadriculadas, viejos utensilios del pasado comparten escenario. La piedra del molino encargado de machacar el grano, la pila de lavar en la que tantas veces las marazuelanas frotaron y frotaron para devolver la blancura a las prendas y el potro de herrar por el que durante años pasaron los animales a cambiar sus peculiares zapatos con los que seguir ayudando en las labores del campo decoran desde hace un decenio la plaza de Marazuela.

Utensilios de una historia no demasiado lejana que evocan la vida del pueblo hace unos años, cuando todavía las calles respiraban una vida que ahora se antoja casi inexistente. El deterioro por el paso del tiempo y, sobre todo, el riesgo de poder ser robados les llevo a la nueva ubicación.
La iglesia

No menos amplia es la plaza en la que se levanta la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Precedido de un gran jardín, el templo preside uno de los lugares de reunión del pueblo al que, al abrigo de los rayos de sol que caldean el frío invierno, acuden algunos de los pocos y ancianos vecinos de Marazuela en busca de un conversación que rompa la monotonía.

Pero sin duda, uno de los lugares más carismáticos de Marazuela es la ermita del Santo Cristo del Humilladero, a la salida del pueblo, junto al cementerio, en la que reposan los restos de los que fueran Marqueses de Lozoya.

De modestos trazos y planta rectangular, desde el 2002 la ermita ha perdido parte de su encanto, víctima de las manos de los saqueadores. Como muchos otros templos, este también ha sido víctima de los amigos de lo ajeno, que no dudaron en romper las columnas que sustentan el pequeño porche de entrada para llevarse los capiteles que remataban la parte superior las columnas.
Han pasado casi cuatro años y la ermita continúa mutilada, pues el aviso de que las piezas habían sido recuperadas fue solo una falsa alarma, ya que no se trataba de las de Marazuela, que espera la devolución de los capiteles que forman parte de su patrimonio.

El organillo de los mozos

Los jóvenes de Marazuela pagaban hace años la música del día de la Pascua

Isabel Jimeno.

Tenían un organillo y el día de la Pascua siempre había música en Marazuela. Eran otros tiempos. Tiempos en los que había más gente en esta pequeña localidad que ahora apenas supera el medio centenar de censados, pero de la que antes incluso dependía la vecina Marazoleja, ahora convertida en un pueblo más grande.

Tiempos en los que en el pueblo contaban incluso con herrero y carpintero. Ahora, apenas hay gente ni más distracción que el trabajo y los paseos por el pueblo. Dando vueltas por las calles pasa el rato Mariano, uno de los pocos y ya mayores vecinos que quedan en esta pequeña localidad de la campiña segoviana.
Eran tiempos en que los también las fiestas eran diferentes. Después de la austeridad de la Cuaresma que siempre hacía que las fiestas de San José, el patrón, el 19 de marzo, en pleno periodo de recogimiento, fuesen más recatadas, llegaba la Pascua y la celebración.

Los mozos del pueblo eran los encargados de organizar y sufragar los costes de la velada. Ellos, solo los hombres, corrían con los costes para que el manubrio volviese a moverse y dejar salir los sonidos por el organillo que hasta que la Guerra Civil ambientaba las tardes de la Pascua.

Bolos y calva

Atrás quedaban los días de Cuaresma, en los que además de cumplir con los actos religiosos, los vecinos de Marazuela jugaban a la calva y ellas, después de rezar el calvario, afinaban su puntería con los bolos. Pero ahora ya no juegan. No juegan porque apenas hay gente para formar la partida.

Ahora juega, pero a las cartas, los domingos y los días festivos en el local social. Solo esos días, porque únicamente esas jornadas, cuando en Marazuela hay más gente, abre. Se rompe así la monotonía de Mariano, que continúa con su paseo por las calles del pueblo. Reconoce que «es muy aburrido», pero también que él no lo cambia por otro lugar. «Toda mi familia está en Madrid y yo estoy solo aquí, pero me gusta», comenta este anciano dispuesto a seguir toda su vida en el lugar que nació y ha visto cambiar.
Lo que no ha cambiado es la fiesta mayor: el 15 de agosto en honor de Nuestra Señora de la Asunción. Tres días de fiesta en los que el pueblo recobra la alegría, los niños vuelven a correr por las calles, la música suena y las casas, como en los mejores tiempos, se llenan de gente.

Patrimonio del recuerdo

La localidad de Marazuela adorna su plaza con el potro de herrar, pilas de lavar y una piedra de molino

ELENA RUBIO ARAGONESES

Marazoleja es un pequeño pueblo cerca de Santa María la Real de Nieva. Se encuentra a tan sólo veinticinco kilómetros de la capital, una corta distancia que ha sido uno de las circunstancias que ha hecho que muchos de sus habitantes se fueran marchando a la ciudad en busca de trabajo durante décadas. En la actualidad, es complicado ver a alguien por sus calles. Tan sólo alguna que otra persona mayor mueve la cortina de su casa al oír el ruido de un coche que para cerca de su puerta. Y es que la gran mayoría de sus vecinos son personas de edad avanzada que tienen que hacer intención para verse.

Uno de los lugares de encuentro, sobre todo los fines de semana, es su iglesia parroquial que está dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. De fábrica gótica destaca en el lado norte su torre de tres cuerpos cubiertos por un chapitel de pizarra. La cabecera de la iglesia es la parte más antigua, estando cubierta con una bóveda de crucería con terceletes. En el interior del templo destaca el retablo mayor de estilo barroco con las imágenes de Nuestra Señora de la Asunción y la del Santo Cristo, obras de Eugenio de la Cruz.

Pero los habitantes del pueblo también pasean por la plaza del pueblo mirando alguno de los elementos que ahora decoran este espacio. En ella se puede encontrar el frontón, un potro de herrar por el que hace años pasaron cientos de animales, la piedra del molino donde se machacaba el grano y sobre todo, y puestas en una hilera, pilas de lavar de granito donde tantas veces lavaron a mano la ropa las mujeres de Marazuela. Durante años, la principal actividad económica de Marazuela fue la agricultura gracias a unas tierras llanas y fértiles. Por este motivo, todavía hoy se pueden observar dos norias abandonas en el camino de Villoslada a Marazuela. Unos instrumentos que se usaban para extraer agua de los pozos para regar las huertas.

Esperanza

Y junto a todo este patrimonio del pasado se integra un nuevo monumento cerca de la plaza. Se trata de una piedra que recuerda a todas las víctimas del terrorismo. Cerca de la plaza del pueblo también se están construyendo unas cuantas casas nuevas, que pueden representar el futuro ya que con el paso de los años ha perdido numerosa población. Una situación que contrasta con lo que ocurría hace siglos ya que se conservan documentos en la catedral en la que se menciona a la localidad en el año 1247. Por aquel entonces se llamaba Maraçuela, nombre al que se le añadió el apellido ‘del Campo’ en el 1290.

Cerca del municipio está la localidad de Marazoleja, hace años pedanía de Marazuela, y en la actualidad conmayor número de habitantes. Y hablando de nombres, tampoco hay que relacionar al maestro del folklore segoviano, Agapito Marazuela, con esta localidad. No tiene raíces en el lugar ya que nació en Valverde del Majano en 1891.

La unión de unos pocos

La escasa población del pueblo de Marazuela se afianza a través de los lazos de los vecinos

MÓNICA RICO

Pala en mano, en el año 1975, los vecinos de Marazuela se unieron para ayudar a construir el frontón. Hoy en día esto sería muy complicado, y no porque falte la unión en el municipio, sino porque la población ha ido envejeciendo y las generaciones más jóvenes han emigrado, dejando a Marazuela con alrededor de sesenta vecinos, cifra, eso sí, que aumenta los fines de semana y especialmente durante el verano y las fiestas patronales, cuando los hijos del pueblo vuelven a llenar las calles y estas retoman la vida que el municipio tenía hace decenas de años, cuando la población se contaba por cientos y no por decenas, como en la actualidad.
A pesar de ser pocos vecinos, estos se reúnen los domingos y festivos en el remodelado 'teleclub' para ponerse al día y charlar unos con otros. Además, siempre existen fiestas de obligado cumplimiento como los carnavales o la Cabalgata de Reyes, en la que Sus Majestades llegan a la localidad montados en sus caballos. Toda la localidad se vuelca en las celebraciones, especialmente si estas van dedicadas a los más pequeños, tan escasos hoy en día.

Porque, tal y como explica Teresa, una octogenaria que vive en el municipio "estamos muy unidos". Ella asegura estar muy contenta y vivir bien en el pueblo porque "tenemos muchos adelantos modernos y no nos falta de nada", a pesar de que el invierno se puede hacer un poco largo en este remanso de paz y tranquilidad.

Otra de las tradiciones que aún se mantienen es la de la matanza popular, en la que los mayores se vuelcan en enseñar a los más jóvenes las particularidades de este ancestral rito. La iniciativa está organizada a través de la Asociación del pueblo, existente gracias a la tan mencionada unión vecinal.

Pero sin embargo, los días en los que la localidad rebosa alegría son los de las fiestas patronales, en las que la actividad bulle alrededor de la plaza y la iglesia del municipio, un patrimonio nada olvidado para los vecinos. Los marazuelenses festejan a Nuestra Señora de la Asunción, a quien también está dedicada la iglesia parroquial, edificio más destacado del municipio, rodeado de grandes casonas, en su mayoría vacías. La procesión y las jotas que alegran la jornada festiva transcurren en su entorno.

Se trata de un templo de traza gótica, que se conserva en bastante buen estado, tras una rehabilitación realizada en los años noventa. En su interior destaca su retablo mayor, de estilo barroco y en su portada una placa dedicada a dos hermanos maestros originarios de la localidad, fallecidos durante la Guerra Civil.
Además, a unos metros del municipio se encuentra la ermita del Santo Cristo del Humilladero, situada junto al cementerio recientemente ampliado con modernos nichos y en cuyo interior, cuentan, reposan los restos de los marqueses de Lozoya. Esta pequeña ermita sí que acusa el paso de los años, especialmente de los últimos, ya que en el año 200o sufrió el robo de los capiteles de las columnas del porche de entrada que aún no han sido repuestos.

La actualidad del municipio pasa por continuar y mantenerse más unidos que nunca, de la única forma que una pequeña población puede subsistir y salir hacia adelante. En los últimos días se han realizado obras de mejora en el depósito del agua, para continuar con la calidad de vida de la que gozan los vecinos de la localidad, mientras que en los próximos meses las previsiones son la sustitución de luminarias del alumbrado público. Pequeñas inversiones que ayudan a que la escasa población mantenga los servicios básicos y el buen ambiente que reza en el municipio.

Para finalizar, una última seña de unión: en los días de las fiestas, una noche se suelen reunir todos los vecinos juntos en la plaza para celebrar una comida cuyo coste corre a cargo del Ayuntamiento.

JOTAS A LA VIRGEN

Las jotas acompañaban a Nuestra Señora de la Asunción durante toda la procesión, y eso aún se mantiene en Marazuela, así como la tradición de realizar la última danza en la misma puerta de la iglesia, con la imagen de la Virgen a punto de entrar en el templo tras concluir el recorrido. En este acto aún se pueden ver muchas mujeres ataviadas con los trajes históricos de la localidad.

EL RECUERDO DE UN NOMBRE
Ya encontramos esta localidad en el año 1247 como Maraçuela y tan sólo unos años después, en 1290, como Maraçuela del Campo. Seña y recuerdo de un pasado próspero en el pueblo es el nombre de la cercana Marazoleja, que se tiene como un diminutivo de Marazuela, antes con más población e importancia, ya que el primero no era más que una pedanía, ahora con entidad propia y más del doble de vecinos. Según cuentan la denominación se debe al fundador del asentamiento, que ya existía en el siglo XIII.