Alba de Cerrato

En la mota del pueblo blanco

La ermita de Nuestra Señora del Arrabal ha quedado reconvertida en centro cultural para Alba de Cerrato

Texto y fotografía de José Luis de Román González.

Casco urbano de Alba de Cerrato.

Cobre un costado del picotillo de La Mota, una de las elevaciones junto al valle cerrateño, a mitad de camino entre Vertavillo y Población, se ofrece Alba como si se hubiera desprendido de ese cotarro. Como si sus chozas excavadas en la tierra hubiesen engendrado bodegas, casas y calles, hasta completar el cuerpo de esta villa, que, leyendas aparte, modela seres tan resistentes como la propia tierra.

Resulta frecuente encontrar por estos pagos hombres y mujeres que rondan el siglo, que incluso han dado vuelta al cuenta años. Se ignora si es la calma del valle o el magnetismo de la mota, pero ahí están ellos, con toda una vida para contarlo. Como Alejandro Ortega, el herrero, que ya me pareció mayor la primera vez que lo vi, veinte años hace, y que todavía acude diariamente a la fragua, con cerca de noventa mayos en los tendones de su correosa menudez, para golpear el yunque, tallar madera, o restaurar esa vieja caja de reloj que había en un rincón de la iglesia.

Alejandro forjaba arados y verjas, pero también armaba carros con madera de olmo y ruedas de encina. A dos meses por carro. Hasta que llegaron los remolques, y reconvertió la producción. También construía yugos, hacía puertas, y más de un vecino fue enterrado en alguno de los ataúdes que sus manos obraron. Ahora acude cada día al taller, lugar de remanso, a golpear el metal, a desarmar el tiempo, a descansar trabajando.

Ermita reconvertida
En la plaza de Alba, jardines, el ayuntamiento, la panza de un Ábside, el rollo jurisdiccional que preside este espacio abierto y la ermita de Nuestra Señora del Arrabal, recientemente convertida en centro cultural para que los vecinos dispongan de un lugar donde congregarse y realizar diversas actividades. Será a partir de ahora con toda seguridad el sitio de referencia y encuentro en un pueblo donde a pesar de un pasado rodeado de viñedos, y pese a los lagares que esconde la tripa del cerro, ha dejado de cultivar la tradición de las meriendas junto a las bodegas.

También, a diferencia de otras poblaciones, la localidad dispone de viviendas que están en venta,y según los vecinos a buen precio.

Paciente reconcentración
Con algo de ganadería, pero básicamente agricultor, Alba aguarda paciente a que unos señores que vinieron hace dos años a tratar sobre la reconcentración parcelaria regresen de nuevo. «Dijeron que volverían, pero no sabemos nada», afirma Gonzalo Herrero, alcalde albeño.

Aquí se siembra cereal, remolacha y leguminosas, en una tierra que cada año sigue mirando al cielo, inmersa en la serenidad de un paisaje casi quieto.
La que sí está asegurada es la presión del agua en las viviendas, después de que se haya concluido recientemente la obra del nuevo depósito.
La convivencia es familiar junto a la mota sobre la que se recuesta el pueblo blanco. Es uno de los valores que Gonzalo Herrero resalta de Alba de Cerrato. Y nada alrededor parece indicar que no sea cierto.

Forjando un porvenir

Alejandro Ortega es conocido en Alba de Cerrato por su trabajo de carretero y herrero

Soraya de las Sías

Alejandro Ortega, con una matraca en el taller./ Soraya de las Sías

En el remoto e hipotético caso de que quisiera renegar de su pasado y de su oficio, no podría hacerlo. Sus manos le delatarían, porque no mienten, porque muestran el paso de los años y reflejan el sacrificio de una vida dedicada a la forja, aguzando los formones de los viejos arados de vertedera o tronzando las ramas de olmo y encina para el armazón y las ruedas de los carros.

Alejandro Ortega ha sido durante muchos años el herrero y el carretero de Alba de Cerrato. A través de su trabajo diario en la fragua con el yunque, el torno o la troqueladora, se ha convertido en una de las piezas claves para entender la trayectoria de un pueblo en el que la práctica totalidad de las familias vivían de la agricultura y de la ganadería y siguen haciéndolo en la actualidad.

Alejandro trabajaba y daba forma al hierro para fabricar de manera artesanal los arados que después removían la negra tierra cerrateña. Construía los carros que arrastraban los bueyes y que servían para el transporte de sacos de grano, de las mieses o de algunos utensilios que los labradores utilizaban en las tareas del campo. «Mientras otros vivían de la agricultura y de la cría de ganado, yo me ganaba el pan en el taller. Tenía que sacar a mi familia adelante para dar a los míos un provenir mejor que el de mi generación» comenta Alejandro.

Mientras daba golpes y forjaba metales en el yunque, la nueva maquinaria, más precisa, compleja y pesada, ganaba terreno. Así llegaron los remolques metálicos a los que Alejandro enseguida «cogió el truco» para comenzar su fabricación también en el taller.

El campo se estaba industrializando poco a poco, y las nuevas y grandes máquinas quitaban el protagonismo a los simples y rudimentarios artilugios de décadas atrás. A los herreros de toda la vida no les quedaba otro remedio que reciclar los conocimientos y las mañas y acometer nuevas tareas. «A medida que iban surgiendo los nuevos aparatos, iban surgiendo nuevas necesidades y dificultades, pero podíamos seguir adelante», matiza el herrero.

Después llegó la jubilación y el tiempo libre, que sí arañaron de Alejandro un saludable paseo diario por el cerro de La Mota, pero no consiguieron alejarle de la fragua. Hoy en día, con 88 años y tras un accidente con la máquina de cepillar que le ha dejado el dedo índice de la mano derecha sin la última falange y los dedos corazón y anular casi atrofiados, sigue acudiendo a su taller. Envuelto entre serruchos, virutas, botes de pintura y barniz, Alejandro pasa las tardes tallando figuras en madera de nogal y enebro, desde una réplica de un arado romano o un yugo hasta candeleros, matracas y carracas, que bien podrían exponerse en un museo etnográfico. «Hacer estas cosas años atrás era impensable, porque me hubiesen llevado mucho tiempo y dinero. Por eso creo que disfruto tanto ahora», explica Ortega, que al mismo tiempo manifiesta que los trabajos que más satisfacción le están causando son las matracas y las carracas, porque le traen gratos recuerdos de las celebraciones que tenían lugar en Alba por Semana Santa, cuando era mozo y estaba empeñado en forjarse un porvenir.

Enamorados del pueblo

Familias de Valladolid y Madrid han comprado casas en Alba de Cerrato y se han quedado a vivir

Soraya de las Sías

Junto a los grandes núcleos de población de la comarca –Venta de Baños, Villamuriel, Dueñas o Magaz–, Alba de Cerrato ha sido el único pueblo que ha conseguido aumentar su padrón de habitantes, pasando de los 99 habitantes del 2005 a los 102 registrados el año pasado, según los datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

El incremento es leve pero significativo. Supone que tras las próximas elecciones municipales, el Ayuntamiento dejará de estar regido por un concejo abierto para contar con una corporación municipal integrada por cinco concejales. A esto se une un mayor movimiento y actividad para el pueblo, gracias a las obras de reforma que los nuevos inquilinos están realizando en los edificios adquiridos y a las visitas que les acompañan durante los fines de semana o las vacaciones.

« Hay hijos del pueblo que residen fuera que han comprado casas para regresar de vez en cuando. Pero han sido las familias de Valladolid y Madrid, especialmente las que han se han empadronado y se han instalado en Alba sin tener ninguna relación o vínculo familiar con la localidad», explica el alcalde, Gonzalo Herrero Diosdado, que agradece el gesto de estos nuevos inquilinos, pues les hace más fuertes, les coloca una coraza para luchar contra la despoblación.

Entre estos nuevos vecinos se encuentran Francisco Ramos y Marta Fernández, dos jóvenes vallisoletanos de 34 y 36 años, respectivamente, que trabajan en Dueñas y que no ocultan su pasión por el medio rural. Durante meses visitaron varios pueblos de la zona hasta que finalmente se instalaron en Alba en el 2003.

La cercanía del pueblo a Palencia y a Valladolid, la tranquilidad y el entorno fueron las ventajas que acabaron de convencer a la pareja. «Teníamos muy claro que queríamos vivir en un pueblo, porque hay mayor calidad de vida. Hay sosiego y libertad. Puedes comprarte una casa grande a un precio asequible, sin tener que estar atados a una hipoteca de por vida», manifiesta Marta, que reconoce que cuando comunicaron la noticia a sus familiares y amigos les tacharon de locos. «Pero, ¿lo habéis pensado?, ¿es lo que queréis?, nos decían. Y ahora les tenemos cada dos por tres con nosotros, disfrutando del paisaje, de la luz y el silencio, de un pueblo genuino que no está viciado por las construcciones», añade Marta.

Su situación cambiará dentro de unos meses, cuando nazca su primer hijo. Un acontecimiento para los vecinos, si se tiene en cuenta que desde 1998 no se ha registrado ningún nacimiento en el pueblo. «Este es el único inconveniente que vemos, la ausencia de jóvenes y niños. Hay quien se queja, pero la situación podría cambiar si se animaran a venir al pueblo y se convencieran de que aquí se vive bien», concluye.

El Ayuntamiento está pensando en regalar a la pareja algunos de los complementos para el bebé. Como muestra de cariño a dos entusiastas de la vida en el campo que pasean por la zona La Pedriza, que visitan las bodegas, que participan en las fiestas de San Pedro y se empapan de las costumbres locales. Como una familia más del pueblo, como un ejemplo a seguir.

Un pueblo acogedor elegido por forasteros

La pequeña Alba, con su abuela, lleva el nombre de su pueblo.

La localidad ha recibido nuevos vecinos de Valladolid y Madrid y el nacimiento de un bebé tras nueve años

Eduardo Plaza

Alba de Cerrato es un pequeño pueblo al que una serie de circunstancias positivas recientes le permite mirar el futuro más inmediato con un moderado optimismo. La principal ha sido la llegada de nuevos vecinos procedentes de Valladolid y Madrid, que en algunos casos se han establecido permanentemente, y en otros, lo hacen por temporadas o como segunda residencia. Eso sí, a todos ellos les une la ausencia de vinculación alguna con el pueblo, por lo que el carácter acogedor de Alba ha influido a buen seguro a que se decantaran por él. Uno de los matrimonios vallisoletanos que se afincó hace seis años tuvo en noviembre al pequeño Álvaro, lo que supuso una gran alegría para una localidad que no veía nacer un bebé desde hacía nueve años. El Ayuntamiento compensó a esta familia con 300 euros por contribuir a que las calles albeñas recuperen su inocencia.

Cuando Álvaro sea un poco más mayor podrá jugar en un parque recientemente restaurado -se ha incluido riego automático- y cuya buena imagen mereció el primer premio del concurso de jardines de la Diputación. Con el fin de incrementar su atractivo, el parque, que ya tenía juegos infantiles, dispondrá, gracias a la Junta, de varias dotaciones para que los mayores puedan realizar gimnasia. Otra obra menos llamativa pero no menos necesaria será la pavimentación de las calles San Miguel y Las Damas. ç

El Consistorio se está asesorando sobre la posible reforma del cerro de La Mota, un bonito lugar de bodegas y corrales que no ofrecen una sensación agradable. Para ello espera contar con el apoyo de la Diputación. Pero antes esperan disfrutar de sus fiestas de San Pedro, el último fin de semana de junio.

La hoguera y el certamen de pintura rápida serán sus principales atractivos.

Histórica y biosaludable

La pequeña Alba, con su abuela, lleva el nombre de su pueblo.

Los aparatos de gimnasia del parque de Alba de Cerrato se usan también por vecinos del entorno

GONZALO ALCALDE CRESPO | ALBA DE CERRATO

En mi opinión, Alba de Cerrato es uno de los pueblos con el nombre más bonito de los que en la actualidad conforman esta meridional comarca palentina. Sobre el origen del apelativo, los especialistas no se ponen de acuerdo. Unos dicen que es indoeuropeo, otros que es prerromano y otros, que latino romanzado. Y hasta alguno hay -un poco atrevido- que lo relaciona con la casa ducal de Alba.

A los que les interesen estos temas, que sepan que Alba de Cerrato es lugar antiguo, pues se cree que sobre el pequeño cerro alrededor del que se dispone la villa ya hubo una pequeña fortaleza, que seguramente fue mandada derribar por el rey Alfonso X el Sabio para que allí no se encastillasen los nobles que tantos quebraderos de cabeza le dieron durante su dilatado reinado.

Cuando entremos en Alba, lo primero que veremos será un bien cuidado parque, que no sólo es infantil, pues tiene una buena parte de su espacio dedicada a parque biosaludable o parque de mayores, para que las personas de edad realicen ciertos ejercicios físicos y puedan así mantenerse en forma.

Nos comentan en el pueblo que el recinto ha tenido tal acogida que no sólo lo utilizan los vecinos de Alba, sino también los de otros pueblos de los alrededores, incluidos algunos que vienen desde el también cerrateño Valle del Esgueva, ya en la provincia de Valladolid.

Después de probar algunos de los aparatos y puesto ya en forma, porque uno también ya va siendo mayor, me acerco a la Plaza Mayor del pueblo y me planto ante la picota o rollo jurisdiccional de villa. Alba es de las pocas villas palentinas que lo han conservado en buen estado, con su tribuna, su fuste y el escudo blasonado de águila bicéfala, castillo y leones adornándolo, por lo que está catalogado como Monumento Histórico Artístico.

Santa María del Cortijo

Haciendo compañía a este rollo y proyectando su sombra sobre la casi circular plaza del pueblo, vemos en alto la imponente fábrica templaria de la iglesia parroquial de Alba, que está dedicada a Santa María del Cortijo. En origen, fue edificada en estilo románico-mudéjar allá por el siglo XIII, conservando de esta época su antigua cabecera semicircular con tres hileras de arquillos ciegos, así como algunos muros interiores del templo. Al retirar el enlucido que los cubría, han dejado al descubierto la bella fábrica de enladrillado mudéjar del antiguo templo, lo que la convierte en un raro ejemplar del mudéjar cerrateño.

Posteriormente, ya en el siglo XVII, el edificio sería reconstruido, por lo que allí veremos también buenos elementos barrocos. Su planta se reparte en tres naves separadas por pilares de ladrillo, de los que arrancan arcos de medio punto, que a su vez sustentan bóvedas de yeserías.

Varios retablos barrocos conforman su muestrario artístico, destacando el del presbiterio, con pinturas en el banco atribuidas a Juan de Villoldo, y la pila bautismal con gallones del siglo XVI. Volviendo a la plaza del pueblo y bajando por la casi recién inaugurada escalinata que da acceso a la misma, me acerco a la Casa Consistorial de Alba, donde en el teleclub que se instala en los bajos del edificio he quedado con el alcalde de la villa, Gonzalo Herrero Diosdado. Mi tocayo nos acoge con afecto y simpatía, y nos pone al corriente de una serie de proyectos que piensa llevar a cabo el municipio, entre ellos mejorar el acceso al depósito del agua y algunos caminos con las ayudas de los Planes Provinciales de la Diputación. También, arreglar la Fuente Vieja -que según me dice es una antigua fuente de zanca-, y terminar de dotar el Centro Cultural Nuestra Señora del Arrabal, hacia el que nos vamos, pues en él se ha realizado una excelente labor de recuperación del que fuera un antiguo edificio eclesiástico que ya casi se había dado por perdido.