Siempre con una sonrisa
Feliciana Pérez, de 81 años, ha pasado parte de su vida en la panadería familiar y en el bar de su marido
LEONOR RAMOS
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Feliciana Pérez 'Fili', en el salón de su casa de Villalaco. :: LEONOR RAMOS |
Lleva toda su vida detrás de un mostrador, atendiendo a los clientes con la mejor de sus sonrisas. La panadería, la tienda de alimentación y el bar han sido esos lugares en los que tantas horas ha pasado detrás de la barra Feliciana Pérez -'Fili', como la conocen en el pueblo- de 81 años. «De la panadería que tenían mis padres en Villodre pasé directamente al bar y a la tienda Vallejo, que regentaba el padre de mi marido, así que podría decir que me he pasado toda la vida detrás de un mostrador, y la verdad que lo he disfrutado mucho», asegura Fili, que reconoce que «si algún día discutía con alguna clienta, estaba deseando volver a verla por la tienda para pedirla disculpas».
Dice que ha tenido una infancia muy feliz, porque era la pequeña de los hermanos, pero como a todos los demás, a Fili desde niña le tocó echar una mano en la panadería familiar, que durante los primeros años era una hornera. «Venían los vecinos del molino y nos dejaban el costal para que les hiciésemos el pan.
Normalmente nos traían unos 52 cuartales», explica. El pan que hacían y que amasaban con sus propias manos no se comía en el día, sino al día siguiente, y no se quedaba duro. «Al día siguiente venían los vecinos con sacos para meter el pan y a nosotros nos daban para pagarnos una hogaza de kilo y medio», cuenta. Esta era la forma de pago.
Es seguidora de los programas de la televisión de cocina, y se fija cuando amasan la harina. «Cada vez que los veo, siento una envidia terrible, porque me acuerdo de aquellos años en los que hacíamos las bolas y luego, cuando fermentaban, íbamos haciendo el pan para los vecinos», afirma. Años más tarde, sus hermanos abrieron una fábrica de harina en Astudillo, y a partir de entonces comenzaron a hacer el pan y lo vendían por los pueblos de alrededor.
Recuerda los años en los que, montada en una mula con alforjas, iba a repartir el pan recién elaborado por los pueblos de la zona, como Cordovilla, Valbuena de Pisuerga y San Cebrián de Buena Madre. «Además, mis hermanos empezaron también a repartir pan a los carboneros que estaban trabajando en las dehesas del pueblo, Espinosilla y Matanza, donde sacaban el carbón de encina», dice. Cuando su hermano se marchó a la mili, Fili también estuvo ayudando a su padre a acarrear.
Del pan a los canecos
A los 23 años se casó con el hijo del dueño de la tienda y del bar del pueblo. «Yo me fijé en mi marido ya desde pequeña, y fíjate que años más tarde nos enamoramos y nos casamos, y jamás he tenido otro novio, y eso que alguno también me pretendió, pero yo no quería nada», cuenta. Cuando se casó, cambió la panadería por el mostrador de la tienda y del bar. «Mi suegro me quería mucho, incluso antes de casarme con su hijo, porque cuando estaba atendiendo siempre me miraba y me decía que lo llevaba muy bien», asegura.
Compaginó durante unos años el bar y la tienda con la panadería, porque Fili tenía que seguir ayudando a sus padres, que ya eran mayores. «Primero, iba a hacer el pan, y ya después abría el bar, porque a mi marido siempre le gustó más el campo que su propio negocio, y eso que era algo familiar», apunta. Ha servido a los vecinos del pueblo miles de canecos -orujos-. «Venían los trabajadores a primera hora a tomarse su orujo, y ya después se iban a trabajar, y con ellos compartía charlas muy interesantes», dice. También dio hasta comidas en el bar con la ayuda de su suegra, que se encargaba de la cocina.
Está viuda desde hace ya muchos años, pero sigue manteniendo la alegría y la sonrisa en su rostro. «Llevo la tristeza por dentro, pero tengo que tirar para adelante por mis hijos y mis nietos porque ellos son mi futuro», afirma. A Fili le encanta Villalaco. Cuando yo llego, está viendo una exposición en el Ayuntamiento de instrumentos y material antiguo de un vecino del pueblo. La exposición merece la pena verla, al igual que conocer a Fili y disfrutar de su sonrisa.
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