Mi pueblo, la mejor medicina
Rafael Maestro, de 79 años, pertenece a la Cofradía de la Virgen de Allende el Río desde los 6 años
LEONOR RAMOS | PALENCIA.
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Rafael Maestro, con la iglesia de San Juan Bautista al fondo. :: LEONOR RAMOS |
Su aire fresco, su tranquilidad, sus entornos relajantes, sus calles alegres y su ermita, que guarda un mágico encanto, son las medicinas más baratas y más eficaces para combatir una enfermedad como el asma crónica, y todas ellas se pueden encontrar en Palenzuela. Allí, por lo menos, es donde Rafael Maestro, de 79 años -aunque dentro de muy poco cumple 80-, encontró la curación a la dolencia que padece. «El médico siempre me mandaba venir al pueblo para que me recuperase y recobrara fuerzas para volver a Madrid, que es donde vivo el resto del año», explica Rafael, quien apostilla que cuando está en Palenzuela deja los aerosoles en casa porque no le hacen falta.
Nació en Palenzuela y jamás pensó que volver a su pueblo le iba a proporcionar una mejor calidad de vida para superar su enfermedad. A los 10 años, dejó la escuela y comenzó a trabajar en la finca que tenían mientras sus padres se encargaban de la labranza. «Íbamos a regar lo que teníamos: las patatas, las cebollas y todas las verduras que teníamos plantadas», indica Rafael, quien señala que mientras sus padres descansaban tras una larga noche de trabajo, él y sus hermanos trillaban y daban vueltas a las mieses.
No pudo marcharse a estudiar porque para hacerlo era necesario contar con suficientes medios económicos para comprar las colchas de la cama, las sábanas y otros enseres. Además, si enfermaba, los padres tenían que costear la cura. Así que Rafael se quedó en el pueblo. «Aquí me quedé, así que cada vez que venía alguien pidiendo ayuda, allí me iba yo para sacar algo de dinero», me cuenta. «En una bicicleta iba todos los días con un amigo desde Palenzuela a Villodrigo para trabajar. Salíamos a las ocho de la mañana y volvíamos a las nueve de la noche», recuerda. En más de una ocasión, Rafael y su amigo se enganchaban, montados en la bici, a un camión que pasaba todos los días por Villodrigo para que el camino se les hiciese más corto. Y así pasó los años como jornalero en el pueblo y en los alrededores, hasta que fue a la mili.
«Al volver de la mili, decidí que no quería estar toda mi vida siendo jornalero, así que decidí marcharme fuera para hacer fortuna», relata. Se trasladó a Bilbao y lo hizo sin dinero, «porque mis padres no me daban nada, así que me tocó trabajar hasta por las noches», asegura. De Bilbao se fue a San Sebastián, donde formó su familia, y tras quince años en esta localidad, se marcharon a vivir a Madrid. «He trabajado en la construcción de ferrocarriles, transportando butano, de camarero por las noches, de camionero de obras y de conductor de autobuses en Madrid», detalla.
Mucho esfuerzo
«Cuando estuve trabajando llevando el butano a las casas no había ascensor, así que me tocaba subir las bombonas a pulso a todos los pisos», explica. Por aquel entonces, Rafael tenía 28 años y pesaba 58 kilos, «por la cantidad de trabajo que tenía y por el nervio mío, así que cogía dos bombonas de butano y ni me enteraba», asegura. Le operaron de una hernia, y cuando su mujer le preguntó cuándo volvería casa, Rafael le dijo que en dos días le daban el alta, pero mintió, porque se marchó a Madrid a buscar trabajo y un futuro mejor para su familia. «Trabajé de camarero unos seis meses, luego me compré un camión y después, como siempre me había gustado conducir, comencé conduciendo autobuses por Madrid», señala Rafael, quien agrega que como este empleo no le daba de sí para mantener a sus hijos y a su esposa, comenzó conduciendo otro autobús escolar y trabajó en un supermercado como supervisor.
Cuando le detectaron la enfermedad, Rafael decidió entonces pasar largas temporadas en Palenzuela para poder curarse. «Y lo conseguí, aunque no estoy curado del todo, pero yo aquí estoy de abril a diciembre y no sabes lo bien que me sienta este aire», asegura. Se encarga de cuidar la ermita de Nuestra Señora de Allende el Río, y solo una vez se ha perdido sus fiestas patronales, que, por cierto, empezaron ayer. Palenzuela y su patrona le han devuelto la vida.
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