Con carros y pegasos
Los vecinos de Herrera de Valdecañas explican cómo funcionaban antes las minas de yeso
Soraya de las Sías.
La propia orografía de la zona hizo que antaño el Cerrato fuera lugar propicio para las minas de yeso. Varias localidades de la comarca contaron con estas explotaciones. Herrera de Valdecañas no deja de ser un botón de muestra de este hecho y de la relevancia que la actividad minera llegó a tener décadas atrás en el medio rural como refuerzo a una economía doméstica y agrícola endebles.
Las primeras minas que se abrieron en el pueblo, según recuerdan los vecinos, fueron las del tío Sidonio. Tenían galerías subterráneas en las que se extraía el riello, con lo que se elaboraba un yeso fino y de gran calidad. Pero hubo otras, como las minas que gestionaba Basilio Arroyo en el término El Cotarrón, a casi tres kilómetros del casco urbano.
Su hijo Germán explica que el proceso de elaboración del yeso en esta explotación a cielo abierto comenzaba con la extracción de las piedras de aljez con el empleo del pico, los primeros años, y con explosivos, después. Las piedras se transportaban con carros hasta el pueblo, hasta las denominadas adoberas, donde la familia tenía la yesera. «Con 13 años ya subía al monte a trabajar. Se lo cuento a mis hijos y a mis nietos y no se lo acaban de creer. Se piensan que la vida era tan fácil y cómoda como la que ellos disfrutan ahora», señala Germán, quien sigue manteniendo intacto el recuerdo de las minas a pesar de que se cerraron hace algo más de cuarenta años.
En la yesera, continúa explicando, el proceso exigía determinados pasos. Había que colocar las piedras en el horno, pero no de cualquier modo. Debían ir unas encima de otras, en forma de bóveda, y dejando un hueco en el centro para permitir que el fuego las consumiera paulatinamente. «Estaban en el horno un día y medio. Se dejaban enfriar otra jornada y después se esparcía todo en el local anexo. Allí, una mula arrastraba una piedra en movimientos circulares, como si fuera un trillo, para moler la piedra y acabar por obtener el polvo de yeso, que debía cribarse bien antes de dar por concluidas las labores», explica Germán, mientras el alcalde, Enrique Gil, más joven, no pierde hilo de la conversación.
Germán no fue el único de la familia que trabajó en la mina. Su hermano Gerardo, sus hermanas y su cuñado arrimaron el hombro. «Muchos vecinos también. Todos ellos han fallecido, pero hay algunos que los recuerdo perfectamente, como Justino o Miguelín. O como aquellos andaluces que llegaron al pueblo, o los voluntarios que se ofrecían para cuidar el fuego por la noche. El señor Nicasio, me viene ahora a la mente, o el señor Guillermo, que también ayudaba, aunque se quedara algún día dormido con el cigarrillo en la boca y le hiciéramos rabiar», bromea.
Barbas de Oro
Pero aún acumula otras anécdotas. Las que cuentan que los carros en ocasiones entornaban por las cuestas. Las que indican como principales clientes de la mina a Gaspar, Jamín, Ernesto y el tío Conejo. «Eran los albañiles del pueblo, los que más yeso compraban. Pero además, mi padre salía a vender con el carro por los pueblos de alrededor. Tengo esa imagen tan grabada que me acuerdo hasta del nombre de las mulas: Zamora, Bonita y Juguete, la más joven», rememora Germán.
A estos relatos se unen también aquellos que José Luis Monge puede contar en el bar que regenta en el centro del pueblo, frente al Ayuntamiento. Su padre y él mismo trabajaron en las minas de aljez, pero en las que se abrieron en la década de los años sesenta en el monte Barbas de Oro.
En este caso, el paso de los años había acarreado una cierta mejora en las condiciones laborales con la implantación de nuevos avances: la piedra se extraía con dinamita y se transportaban en camiones, «en aquellos Pegasos 140», recuerda ilusionado Luis, que explica que las minas eran propiedad del empresario Severino Salvador, quien tenía fábricas de yeso en la localidad leonesa de Trobajo del Camino. «Los primeros años se portaba la piedra hasta este pueblo. Después, se instaló junto a la cantera una fábrica con tres hornos y un molino, además de una especie de planta donde se envasaba el yeso en bolsas y sacos que se vendían en Zamora y Valladolid, preferentemente», agrega.
Datos curiosos también guarda bajo la manga, aunque algunos sean casi más bien para reservar al terreno del respeto y el olvido, como es el caso del accidente que padeció su padre mientras manipulaba los explosivos y el detonador y que hizo que perdiera su mano izquierda. «Varios compañeros le trajeron andando hasta el pueblo, hasta la casa de Don Marcelino, el médico, pero no quedó otro remedio que amputar la mano», concluye José Luis, mientras atiende a los clientes que llegan al bar, a los jóvenes que ven las minas, ajenas ahora a estas historias de yeso, de esfuerzo, de carros y pegasos.
Cursos para los jubilados
S.S./PALENCIA
Además de la asociación cultural Santa Cecilia, existe otra agrupación en Herrera de Valdecañas: la que congrega a los jubilados y pensionistas. Se reúnen en el centro cultural, en el Ayuntamiento, y participan en talleres de habilidad y en cursillos de manualidades. Además, disfrutan de servicio de peluquería y pedicura.
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