Arte para la posteridad
El jesuita José María Rodríguez, de 83 años, es el promotor de un museo que albergará su legado artístico
LEONOR RAMOS | PALENCIA.
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El hermano jesuita José María Rodríguez, acompañado de sus primos, en la residencia de Villagarcía de Campos. :: LEONOR RAMOS |
Da igual que pasen meses sin regresar a su pueblo natal, porque el sentimiento de pertenecer a Torquemada es más fuerte que todo lo demás. Los juegos cuando era un niño, el bonito jardín que había en su casa y que con mucho cariño cuidaba su madre, la talla de la Virgen de Valdesalce, el puente, la iglesia y muchos detalles más no se olvidan tan fácilmente y son recuerdos que hacen que, a kilómetros de distancia, siga sintiendo cerca a su pueblo. El hermano jesuita José María Rodríguez Bustos, de 83 años, tiene todos estos recuerdos muy vivos en su memoria, pero se niega a que desaparezcan con él, prefiere que sean eternos y perduren para la sociedad.
«Torquemada es mi pueblo y por eso lo quiero mucho, además siempre me ha interesado mucho la historia y he leído libros y libros acerca de la localidad», me cuenta orgulloso desde la residencia de mayores que la orden de los jesuitas tiene en Villagarcía de Campos (Valladolid), donde ahora reside. Cuando yo llego a su habitación, está acompañado de su prima carnal Julia Santiago y de su marido, Miguel Ángel Sendino. En su mesa, infinidad de documentos y fotos antiguas nos trasladan a Torquemada.
Un valioso patrimonio
Tantos años admirando sus tradiciones, su historia, sus gentes, su cultura y todo lo que rodea a Torquemada, han permitido que el hermano José María haya atesorado un valioso patrimonio cultural y artístico, compuesto por cuadros, tallas, restos arqueológicos, enseres, documentos y mobiliario, que ahora quiere divulgar y poner en valor para que no caiga en el olvido. «Los museos son eternos, y por eso quise que se construyese un museo en mi pueblo», explica.
Cuando regresó de la mili, el hermano José María, atraído por el ambiente religioso que siempre había existido en su hogar, ingresó en la orden de los jesuitas de Salamanca, para luego pasar al Seminario de Comillas, donde recibió una profunda formación religiosa y trabajó en la imprenta encuadernando e ilustrando libros. Fue en Comillas donde descubrió otra de sus pasiones: la pintura. «Mis cuadros tuvieron mucho éxito, sobre todo entre los turistas belgas, quienes compraron infinidad de obras», indica.
Años más tarde, se trasladó al colegio de los jesuitas de Valladolid, donde, sin abandonar su afición a la pintura, desempeñó una intensa labor como profesor de Dibujo, hasta su jubilación. «He pintado cuadros de temática muy diversa, con motivos religiosos inspirados en el periodo románico-gótico y bizantino, y después pinté también paisajes, retratos y personajes vinculados a la historia de Torquemada», relata. El hermano José María supo entonces unir sus dos pasiones: la pintura y Torquemada, y el resultado ha sido inmejorable.
Durante los años que pasó fuera, nunca dejó de ir a Torquemada para seguir disfrutando de sus paisajes y del bonito jardín de flores de su madre en la casa del Arrabal. «Mi casa estaba llena de mis cuadros, y cada vez que iba paseaba por las calles para volver a disfrutar de la iglesia, del puente y de sus gentes», recuerda. Ahora ya no puede ir tanto como le gustaría por su delicado estado de salud. Por este motivo, el hermano José María, con la ayuda de sus primos carnales, decidió crear en 2008 la Fundación Torquemada Rodríguez Bustos, que ahora pretende abrir un museo en el municipio. «Albergará el legado artístico del fundador para fomentar así las actividades lúdicas y culturales de Torquemada», explica Miguel Ángel Sendido, actual presidente de la fundación.
El espacio del museo ya está construido, una tarea en la que ha tenido mucho que decir el hermano José María, quien ha estado muy pendiente de todo el proyecto. Tanto, que todavía le sigue haciendo puntualizaciones a su primo para que todo quede perfecto. En breve, se acometerá la musealización, en la que él también tendrá un papel fundamental. «Quiero que cuando el visitante salga del museo se sienta satisfecho de haber descubierto la intensa historia de Torquemada que tenía olvidada o le era desconocida», concluye José María, quien espera con muchas ganas que llegue el día de la inauguración del museo, una jornada en la que seguro no faltarán las flores.
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