Poeta de rebaño
Victorino Rebollo Malanda ha trabajado como pastor durante más de 50 años en Villaumbrales
Texto y fotografía de Soraya de las Sías.
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Victorino Rebollo y María del Carmen Rodríguez, en su casa. / S. S. |
Con solo 6 años ayudaba a su padre, que era el mulatero o guardamulas del pueblo, a llevar al ganado hasta la Nava. Volvía corriendo para llegar a tiempo al colegio, y por la tarde regresaba de nuevo a echar una mano en casa. Más tarde, cuando a Victorino Rebollo Malanda le faltaban unos meses para cumplir 12 años, estalló la Guerra Civil. Sus dos hermanos tuvieron que acudir al frente, y él, siendo aún un niño, tuvo que sacar pecho y hacerse mayor en una época en la que venían mal dadas.
Su padre se quedó sin trabajo y tuvo que malvender los dos caballos que tenía para sacar unas perras y comprar un rebaño de ovejas. Así comenzó Victorino su trayectoria como pastor, una profesión a la que se ha dedicado cincuenta años, hasta que se jubiló. Toda una vida de sacrificio y entrega que sus paisanos de Villaumbrales premiaron el pasado 12 de mayo con el homenaje que le ofrecieron en el I Día de Exaltación del Pastor, una fiesta organizada por el Ayuntamiento de la localidad y el Centro de Iniciativas Turísticas de Palencia para reconocer una labor tan dura y que cada día cuenta con menos espacio y protagonismo en el medio rural. «Estoy muy agradecido porque con esta celebración muchos han podido saber en qué consistía una profesión tan esclava como bonita, aunque poco valorada en esta sociedad», señala Victorino.
Un escaso o nulo reconocimiento que es fruto, asegura, del desconocimiento del trabajo del pastor. «Muchos cuando pasaban por la carretera y nos veían en los rastrojos atentos al ganado se preguntaban con ironía de qué nos quejábamos, si total solo estábamos mirando, apoyados en el palo o en la cachaba», reprocha Rebollo Malanda, que aprovecha para recordar a los incrédulos que las caminatas que se pegaban por el campo venían precedidas de un madrugón. «Porque antes de soltar las ovejas había que ordeñar, echar de comer a las reses que no salían a pastar y dejar limpias las tenadas», agrega.
«Tampoco sabían», añade, «que en más de una ocasión habíamos pasado la noche en vela pendientes de una oveja que estaba de parto, o de otra aquejada de cojera, que había que atenderla, por no decir de las dos o tres horas que dormíamos en la época del arranque de la legumbre, cuando salíamos a las dos de la madrugada de casa». «Además –apunta su esposa, que también fue pastora durante dos años– no tenían prestaciones laborales como las de ahora, no había posibilidad de descansos semanales ni de vacaciones. Cuatro veces contadas hemos podido salir del pueblo para acudir a una boda, a una reunión social o a una excusión, y ha sido porque nuestros hijos se quedaban pendientes del ganado, a su cuidado. Gracias a ellos, que han visto lo que había en casa y han arrimado el hombro», sentencia.
En el morral
El cansancio acumulado hacía que una vez en el campo, y con el ganado tranquilo, el pastor buscase un hueco en donde dormir. Aunque no siempre el despertar era bueno. «Un día las ovejas estaban arreadas y me quedé traspuesto. Pero se levantó el aire, echaron a andar y no me di cuenta. Llegaron hasta la orilla del Canal de Castilla, donde no podían estar porque era necesario tenerlo arrendado para tal efecto. Menos mal que llegué a tiempo y no sucedió nada», explica Victorino, que atesora otras muchas anécdotas, ávidas de un tratamiento en las páginas de un libro.
En su morral no había un hueco para la bota de vino, porque prefería el agua de los manantiales y de las fuentes que encontraba en el campo. «Además tampoco me gusta el vino, aunque a algunos les parezca extraño en un pastor. Ni siquiera el manchado –combinación de orujo y de mistela– que el resto de compañeros tomaban por las mañanas en la cantina de la plaza», señala.
Lo que le privaba era el campo y sus animales. «Fíjate si le han llegado a gustar las ovejas que en una ocasión se fue dos días de viaje hasta los Pirineos en busca de dos carneros, por un capricho», irrumpe su mujer. «No le importaba siquiera lo solitario y aburrido que pudiera ser el trabajo lejos de casa porque tenía a sus perros, especialmente a ‘Niño’, y a sus mejores compañeros de viaje: una pequeña libretilla y un lápiz con los que daba rienda suelta a su imaginación de escritor. Escribía poesía –lo sigue haciendo ahora, con composición dedicada a los topillos incluida–, con una métrica y una composición cuidadas que pocos dirían que salieron un día de la cabeza de un niño que apenas pudo ir a la escuela porque de pronto se hizo hombre, de un pastor de ovejas que con humildad y respeto se convirtió en poeta de rebaño.
PATRIMONIO ARTÍSTICO
Iglesias de San Juan y de San Pelayo y paseo por Cascón de la Nava
S.S./PALENCIA
La iglesia de San Juan Bautista es la primera parada prevista en el recorrido por el patrimonio. El templo fue construido en el siglo XIII, aunque de esa época poco queda, puesto que la mayor parte de lo que se ve es posterior o está restaurado. Entre los elementos recuperados destaca el artesonado de madera policromada, oculto entre las bóvedas y la cubierta del edificio durante años. El paseo continúa a las afueras, con una visita a la torre de San Pelayo antes de salir para Cascón, entidad menor. Como pueblo de colonización, de reciente creación, no cuenta con historia, pero sí llama la atención su cuidado casco urbano, con su plaza y su iglesia en el centro del pueblo.
CANAL DE CASTILLA
Desde el Serrón
El Canal de Castilla es otro de los atractivos que presenta el término de Villaumbrales. Se puede comenzar la ruta desde El Serrón hasta esta localidad, que recibe al viajero con un magnífico puente adornado con dos pequeños arcos. Enseguida se ve la denominada Casa del Rey, un viejo almacén donde pasaban las noches los encargados del transporte con las mulas. Al lado, hubo también un astillero. / S. S.
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