Cultivando aplausos
El vecino Dionisio Alonso recibió un premio el año pasado que le reconocía como el sembrador de patatas más veterano de la comarca
Texto y fotografía de Soraya de las Sías.
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Dionisio posa con la placa en presencia de su esposa, Concha. / S. S. |
El Ayuntamiento de Herrera de Pisuerga, en colaboración con el Centro de Iniciativas Turísticas de Palencia, recuperó en el 2005 una antigua fiesta de exaltación de la patata que se celebró décadas atrás y que, por motivos varios, había desaparecido del calendario festivo de los agricultores de La Ojeda y del Boedo. La intención del consistorio herrerense con esta iniciativa no era otra que contribuir a la dinamización de este sector agrícola y para ello diseñó una jornada de encuentro de todos los cultivadores del tubérculo de la zona adornada con concursos gastronómicos y premios que sirvieran de gancho y reclamo.
El éxito conseguido hizo que la fiesta se repitiera el 7 de octubre del 2006 cuando el vecino de Revilla de Collazos Dionisio Alonso Alonso, de 87 años, recibía un premio como el cultivador de patatas más veterano de la zona. El homenaje de sus paisanos –afirma no sin ironía– tiene una doble lectura, «pues por un lado no deja de ser un motivo de orgullo y de satisfacción, y por el otro, te hace pensar que ya tienes demasiados años para que te reconozcan o alaben algo», bromea Dionisio en voz muy baja.
Al instante –encoge el cuello–, juntando los hombros con la cabeza en un gesto de discreción o de posible contención de la ilusión que supuso recibir a su edad aquella placa conmemorativa, algo más que un gesto simbólico. En cierto modo, era el regalo y aplauso por una vida dedicada al trabajo en la tierra, pendiente de la sentencia del cielo y del dictamen de un bolsillo que, en tiempos difíciles, se vio obligado a echar mil cuentas, a hacer sumas y restas, multiplicaciones y divisiones para sacar adelante a una familia con ocho hijos.
Una estampa típica
Porque si hay algo que recuerda con especial detalle de su etapa como agricultor es el sacrificio y empeño que todos en casa pusieron para sacar adelante las tierras y la producción. «Mi mujer y mis hijos también arrimaron el hombro, no quedaba otro remedio», señala Dionisio, mientras su mujer irrumpe para explicar que en la época de siembra, en los meses de abril y mayo, había una estampa típica en la vega que merecía la pena ver. «Ellos con las vacas, mulas o bueyes abrían los surcos, bien rectos. Detrás, nosotras echábamos la simiente, esperando a cubrirla después con tierra», explica Concha García Pérez, quien se anima a enumerar con su marido algunas de las variedades que sembraron en una tierra ligera como la del valle del Boedo, «destacando la sergen y la baraca», especifican.
En las tareas de riego, limpieza de malezas y recolección participaron también sus hijos, que atentos a la conversación asienten con la cabeza intentando demostrar la dureza que aquello supuso en demasiadas ocasiones. «Hubo años en los que por culpa del mal tiempo, de la lluvia y de la nieve, llegó noviembre y la patata aún estaba en la tierra. Tuvimos que sacarlas con horca o a mano, sin guantes. Las uñas se te quedaban moradas del frío», destacan sus dos hijas mayores.
Con sudor, amor propio y empeño, los agricultores del Boedo pudieron controlar el proceso productivo, consiguiendo una patata de consumo de alta calidad. Sin embargo, no lograron tutelar el proceso de la venta, y, por muchos trucos y regateos aprendidos, hubo años en los que tuvieron que malvender antes de que la producción se pudriese en las paneras y patateras. «En algunas temporadas nos pagaron 15 ó 20 pesetas por el kilo. Pero en otras, no quedó otra que asumir precios irrisorios, como 10 céntimos», lamenta Dionisio, que recuerda que en una ocasión, ante una cosecha nefasta, el gobierno de Adolfo Suárez tomó medidas al respecto: los técnicos del Ministerio de Agricultura visitaron las explotaciones, valoraron las pérdidas y les pagaron 5 pesetas por kilo como indemnización.
«Pero esto fue algo casual, porque no había ayudas», contestan los hijos, que reconocen que los rigores de un trabajo, entonces escasamente mecanizado, y las caídas de los precios en el mercado de los intermediarios influyeron negativamente, dejando vía libre a los jóvenes de los pueblos, obligándoles casi a olvidarse de la tradición familiar y a buscarse las castañas fuera.
De consuelo les quedan los fines de semana y puentes festivos que regresan al pueblo y vuelven a recordar. No tienen que andar mucho. Basta con salir al patio y al huerto que Dionisio sigue sembrando, porque como dice, hasta que el cuerpo aguante y sin necesidad de más aplausos, seguirá siendo un fiel sufridor, un devoto cultivador de la patata del valle del Boedo.
PATRIMONIO HISTÓRICO
La iglesia de San Andrés conserva importantes restos románicos
S. S. / PALENCIA
La iglesia de San Andrés de Revilla de Collazos es un reclamo para los amantes del arte, puesto que conserva importantes vestigios y restos de estilo románico. En el exterior del templo, en el ábside circular, existe un pequeño ventanal adornado; mientras que en el interior destacan varias columnillas de la mesa del altar mayor –con capiteles parecidos a los de San Andrés de Arroyo que hacen pensar que se trata de una misma rama de maestros canteros– y con una pila bautismal muy adornada.
Llama la atención también una famosa columna cariátide románica, una especie de fuste de gran valor que tiene tallado un personaje barbado tocando un instrumento
ASOCIACIONES
Cursos en las escuelas
El padrón de Revilla cuenta con apenas cinco niños, que van al colegio público comarcal de Herrera. La mayor parte de la población es de edad avanzada, labradores jubilados que se entretienen a diario en sus huertos, o en las actividades que programa la asociación de pensionistas, como los cursillos o la gimnasia que realizan en las antiguas escuelas. / S. S.
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