Hallazgo en París
El investigador Andrés Manrique ha publicado varios libros acerca de Congosto, su pueblo natal
Texto y fotografía de Soraya de las Sías.
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Andrés Manrique ojea un libro en su casa de Congosto. / S. SÍAS |
Andrés Manrique Campillo salió de su pueblo, Congosto de Valdavia, en la década de los cuarenta, cuando tenía 13 años. Para entonces, dice, guardaba los suficientes recuerdos como para no desprenderse nunca de sus raíces palentinas, especialmente el largo tiempo que transcurrió fuera, en Madrid, donde se licenció en Filología Latina Cristiana, o en el extranjero, en Alemania, donde se doctoró.
La nostalgia por la tierra natal está presente en sus primeros libros publicados sobre la vida monástica de San Agustín o la teología agustiniana de la vida religiosa. Las referencias a la Valdavia, agrega, tampoco se ocultan más tarde, durante su etapa como integrante del primer equipo de investigación de la Real Biblioteca del Monasterio del El Escorial, donde le encomiendan la tarea de continuar con la recopilación de la ‘España Sagrada’, obra monumental de la que durante siglos se habían encargado los agustinos de la Real Academia de la Historia.
Para emprender este cometido era necesaria una preparación histórica y científica muy particular, para lo que se traslada a la Universidad de la Sorbona, en donde se encontraban los mejores especialistas en el cristianismo primitivo y medieval y en la historia eclesiástica.
Al margen de esta misión, su estancia en París le deparará una de las grandes sorpresas, oportunidades y triunfos de su vida: encontrar dos valiosos códices de la biblioteca de El Escorial que habían sido trasladados a Francia durante la guerra civil como medida de protección y que, hasta entonces, se encontraban en paradero desconocido. «Eran dos verdaderas joyas: ‘El Apocalipsis figurado’ que el Duque de Saboya había regalado a Felipe II, y ‘El libro de las horas’, de Isabel la Católica», explica Andrés, mientras continúa detallando minuciosamente las conversaciones, entonces secretas, que tuvo con varios exiliados que le ayudaron a dar con los escritos y de los que en aquel momento no pudo hablar a nadie, ni siquiera mentar su nombre, por miedo a las represiones del régimen franquista. «Fue una verdadera odisea, pero mereció la pena. Habíamos encontrado dos valiosos documentos», agrega Manrique Campillo, quien lamenta no haber podido dar con el tercer escrito perdido o robado: un devocionario de autor anónimo.
Tras el descubrimiento, entra es escena el prior del Monasterio de El Escorial, quien se pone en contacto con el entonces Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, Carrero Blanco, para enviar un coche escoltado por la policía hasta París en el que Andrés regresaría con los códices recuperados. «Quieras o no es una experiencia que uno nunca puede olvidar», agrega el investigador, que guarda numerosas fotografías e innumerables recuerdos de aquella aventura.
La hazaña que protagonizó el congosteño pasó desapercibida para muchos de sus paisanos hasta el año 2001, cuando el propio Andrés quiso relatarla en su libro ‘Historia y vida de un pueblo de la Valdavia: Congosto’. «Tuvieron noticia entonces de ésta y de otras historias que no conocían en profundidad, como el origen de las costumbres y tradiciones, la toponimia o los antecedentes históricos, el paso de los celtas, la Crístola y el Castrillo de los tiburos, o la villa romana», manifiesta.
Un completo manual que los habitantes de la zona acogieron con éxito -la edición está agotada- y que el Ayuntamiento quiso también premiar dedicando una calle a Andrés por su fructífera labor como investigador, escritor y profesor. «Es un gesto muy bonito y loable que siempre tendré que agradecer. Como también he de dar encarecidamente las gracias a los muchos congosteños que viven fuera y que, quizás por nostalgia, se han volcado con todos mis obras», apunta Andrés, haciendo ahora mención al libro que publicó en el 2003: ‘La Virgen del Otero y su cofradía: IV Centenario’, otro descubrimiento.
Y es que, según especifica, a pesar de la gran devoción a la virgen, no se sabía la fecha de creación de la cofradía que llevaba su nombre o el porqué de su existencia. «Estos datos los pudimos conocer gracias a una carta del Papa Clemente XI que envió al pueblo en 1703 congratulándose del primer centenario de la sociedad religiosa y de la que localizamos referencias en la Diócesis y en el Archivo Histórico, lo que me animó a escribir otro libro del pueblo», puntualiza.
Su afán inquiridor, su hambre cultural y su cariño a la ‘tierruca’ le han llevado a seguir abriendo nuevas vías de análisis y estudio, a seguir escribiendo en los últimos años sobre la fauna y flora de la Valdavia o acerca de la historia y el folclore de Villanueva de los Nabos, el pueblo de su esposa, Maruja Blanco, quien, en discreto y fiel silencio, le ha acompañado y apoyado en cada una de sus proezas de insaciable investigador.
PATRIMONIO ARTÍSTICO
La iglesia, románica de transición al gótico, conserva valiosos altares
S.S./PALENCIA
El recorrido por el patrimonio histórico de Congosto comienza con una visita a la iglesia de Nuestra Señora de los Palacios, un templo románico se transición al gótico. Llama la atención su portada de acceso tardorrománica de cuatro archivoltas con columnillas, submontadas por arco gótico y encima de él una sencilla y pequeña hornacina. Sobre el atrio de la iglesia se instalan 14 cruces dando lugar a un Vía Crucis. En el interior del templo destacan varios retablos rococós y barrocos, entre los que sobresale el altar mayor o de Nuestra Señora de los Palacios.
El paseo exige también una visita a las iglesias de Cornoncillo, de Villanueva y al templo románico de la finca Dehesa de Tablares.
TRADICIONES
Semana Santa
Además de las fiestas patronales de Nuestra Señora y San Roque, en agosto, los vecinos de Congosto viven con especial devoción la Semana Santa. Desde hace varios años la Cofradía de la Vera Cruz organiza una escenificación y representación viviente del Vía Crucis. Los vecinos salen a la calle ataviados con la ropa de la época y, ante la atenta mirada de los curiosos, ponen en escena la pasión de Cristo. / S. S.
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