Entre el agua y el fuego
Teodoro Fontecha, de 52 años y residente en Valladolid, viaja a Ayuela una o dos veces al mes
LEONOR RAMOS | AYUELA DE VALDAVIA
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Teodoro Fontecha, en el patio de la casa de su madre Ayuela. :: LEONOR RAMOS |
Es un auténtico apasionado de sus calles, de sus entornos, de sus paisajes y, cómo no, también de sus vecinos. Adora Ayuela de Valdavia, aquel pueblo que un día, hace ya 52 años, le vio nacer, y en el que tantas veces jugó con sus amigos a mojarse y a coger peces en los surcos por los que corría el agua que estaban situados en la mitad de las calles para regar los huertos de las casas. Teodoro Fontecha, que ahora viaja al pueblo -cuando su trabajo se lo permite- una o dos veces al mes, recuerda con mucho cariño aquellos juegos acuáticos de la infancia por las calles de Ayuela. «Jugábamos mucho con el agua, que pasaba como un riachuelo por el medio de la calle, y es que bajaban hasta cangrejos y peces, y nos entreteníamos en cogerlos, y otras veces hacíamos nuestras presas o poníamos un barquito para que fuese navegando», apunta. El riachuelo, que tantos huertos regó en Ayuela, fue el principal juego para los niños del pueblo, y a donde iban, cuando sus madres se descuidaban, y se calaban enteros. «Luego llegaban a casa empapados y tenías que tener mil ojos para evitar que se acercasen porque siempre se mojaban mucho», recuerda la madre de Teodoro.
Jugaban mucho a mojarse, pero también a otros juegos en los que no faltaba la rivalidad entre los barrios de Ayuela. «Dependía de donde vivieses para repartir los grupos en los juegos, y así, por ejemplo, los niños del barrio de abajo competían con los niños del barrio de arriba», explica. Eran simples juegos, pero la rivalidad estaba a la orden del día, aunque después todos volvían a ser amigos. «La sociedad de ahora no es como la que yo conocí. Antes había más armonía y más solidaridad, pero ahora parece que todo ha cambiado», dice Teodoro.
Con 12 años, y después de aprobar un examen para recibir una beca y poder estudiar en Palencia, Teodoro cogió su maleta y se marchó a la capital, donde estudió el Bachillerato y después Magisterio. «En Palencia, éramos varios niños del pueblo, así que tampoco estaba solo, pero cuando podía, me volvía al pueblo, iba haciendo dedo o siempre encontraba a alguien que, por lo menos, me llevase hasta Saldaña», dice.
A lo que no faltaba nunca era a las fiestas patronales de Ayuela en honor a San Esteban, y es que no podía perderse uno de los actos más emotivos que tiene la celebración. «El primer día hacemos una hoguera únicamente con enebros. Las llamas que crea son muy altas, así que todo el mundo echa más ramas, y así tenemos funcionando la hoguera durante unas tres horas, que es lo que dura más o menos la verbena de la noche», dice. Van todos los vecinos a por enebros, a cuya recogida dedican un día entero una semana antes de las fiestas. Este año, la recogida será el 24 de julio y la hoguera de enebros, en la madrugada del 2 de agosto.
Teodoro pertenece a la Asociación Cultural Los enebros, que colabora en la organización de las fiestas. «Aquí, y tras la recogida de los enebros, nos juntamos todos los vecinos y organizamos los días de fiesta, decidimos quiénes se van a encargar, por ejemplo, de los juegos infantiles y quiénes de las verbenas», apunta. Hace años, la tradición de la hoguera se perdió durante un tiempo, pero pronto los vecinos la recuperaron como arranque de las fiestas patronales.
Teodoro, que se dedica a la enseñanza, disfruta de unas largas vacaciones de verano en su pueblo. «Mi hija mayor es como yo, y disfruta también mucho del pueblo, así que ella y yo nos hemos venido hace unos días de avanzadilla hasta que lleguen mi otra hija y mi mujer», cuenta. Cuando se jubile, espera poder pasar más tiempo en Ayuela, donde asegura que disfruta como cuando era un niño.
Hace unos años escribió un libro sobre Ayuela, ya que como buen profesor, a Teodoro le encanta enseñar y no quiere que aquellas tradiciones antiguas de su pueblo queden en el olvido y se pierdan como aquellos barcos de papel que tiraban los niños y que navegaban por el riachuelo de la calle.
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