Bisabuelo centenario
Claudio Álvarez Peláez, natural de Villamoronta, cumplirá 102 años el próximo mes de agosto
Soraya de las Sías.
El 23 de agosto cumplirá 102 años. Cualquiera firmaría hoy por llegar a su edad con el mismo entusiasmo y las mismas ganas de vivir que él irradia, avalado por una salud de hierro y una memoria privilegiada que almacena multitud de nombres y fechas de décadas atrás. Cualquiera dejaría firmado por escrito el serio compromiso de pasar el umbral de los cien años con la ilusión que contagia Claudio Álvarez Peláez, natural de Villamoronta.
Su agradable aspecto físico, con un rostro risueño tocado por una boina negra y unas manos regordetas que sujetan un fino bastón, no esconde, sin embargo, el sacrificio de un hombre que ha dedicado toda su vida al trabajo y a la familia. Muchas horas –«más que un sereno», especifica– tuvo que hacer en el viejo molino para sacar adelante a su mujer y a sus ocho hijos. Muchas noches, reconoce, tuvo que recorrer con el carro y las mulas los caminos de la vega para cargar el grano de los agricultores, molerlo y devolver a los clientes los sacos de pienso a su debido tiempo. «Y más tuvo que trabajar mi padre, que tuvo más hijos. Por la familia, no te puedes dejar caer ni derrumbar. Hay que ser valientes y trabajar de sol a sol si hace falta», señala con rotundidad Claudio.
Su inicial preocupación por los suyos se extendió posteriormente a un compromiso con el resto del pueblo, cuando fue alcalde en los últimos años del franquismo, antes de que se instaurara la democracia. El difícil marco político, cuando no confuso, que dibujaba la Transición para muchos podía hacer que las chispas saltasen a la mínima. Sin embargo, reconoce, que no hubo un clima convulso, ni siquiera un nefasto acontecimiento que destacar gracias a la buena relación que existía entre los vecinos. «No había tantas envidias ni rivalidades. Todo se hacía a la buena de Dios, sin malicia. Muchas de las obras que se organizaban era porque con anterioridad los vecinos se habían puesto de acuerdo y habían colaborado», apunta Álvarez Peláez, mientras manifiesta que su intención era haber ejecutado más obras de mejora para el pueblo. «Todo no pudo ser. Faltaba lo más importante: el dinero, la base que mueve todo. Y es que como haya dinero, se pinta el madero», agrega con ironía.
Después de fallecer su esposa, Cándida Porro Fernández, Claudio pasó una temporada con sus hijos en Palencia. Sin embargo, su deseo era estar cerca de Villamoronta, rodeado de sus experiencias vitales y de sus recuerdos. Así, en 1998, ingresó en la residencia para personas mayores Nuestra Señora de las Mercedes de Carrión, donde afirma sentirse «francamente bien atendido y cuidado» por el personal del centro, acompañado de vecinos de la comarca con los que puede compartir el relato de antaño, además de las actividades del centro, desde la gimnasia o las charlas hasta el servicio religioso o los paseos por los jardines.
Con niños « Hay gente de Santillán de la Vega, de La Serna o de Renedo con los que hablo de las faenas del campo, de los molinos», explica Claudio, que desde que reside en Carrión no ha acudido a Villamoronta. «Pero sé por mis hijos que el pueblo ha cambiado mucho, que el personal ha aguantado, que hay casas nuevas y niños, de lo cual me alegro», apostilla el centenario.
Sonríe de forma pícara, como un niño, cuando oye hablar de las fiestas patronales de su pueblo, en honor a San Pelayo. Con una amplia sonrisa en su rostro, rememora los bailes que se hacían en las eras, cuando iban a buscar a las mozas, cuando tocaban la pandereta, y en su caso, el acordeón. Se echa a reír cuando se nombra a los toros, aquellas novilladas de antaño o las corridas que más tarde vio por televisión cuando el torero de Villamoronta, Marcos de Celis, triunfaba como diestro en algunas de las plazas y cosos más importantes. Desde la nostalgia califica estas celebraciones como «lo mejorcito», cuando los villamorantinos se reunían «en amistad, en concordia, sin riñas, ni sobresaltos o sustos».
Se emociona cuando regresa a los viejos tiempos, cuando recuerda las jornadas de caza con los galgos en busca de las liebres, cuando su vida estaba con su familia en Villamoronta. Las lágrimas dejan paso de nuevo a una sonrisa, antes de despedirse. Cuando asegura que lo único que pide es seguir así de bien, «porque estoy esperando otros dos niños», en referencia a dos biznietos mellizos que nacerán próximamente. «Porque por la familia hay que hacer de todo, hay que seguir en pie», concluye Claudio.
Atractivos Turísticos
PATRIMONIO HISTÓRICO
La iglesia de San Pelayo alberga retablos barrocos y platerescos
El recorrido por el patrimonio artístico de Villamoronta comienza en la iglesia parroquial de San Pelayo, un templo de ladrillo con torre de piedra y mampostería. En su interior, además de los lunetos de las bóvedas decorados con yeserías barrocas, destacan los retablos de estilo barroco y plateresco, entre los que sobresale el altar mayor, del siglo XVII, y otro que recoge dos escenas del martirio de San Pelayo, santo niño y mártir leonés, de clara advocación mozárabe. En el municipio aún se conoce el lugar que en su día ocupó la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, cuya Virgen se custodia en la iglesia parroquial, según apunta Alcalde Crespo en su libro ‘La Vega, Loma y Valdavia’.
FOLCLORE
Las conocidas jotas, un baile muy antiguo
Las conocidas jotas de Villamoronta son uno de los bailes tradicionales más antiguos de la vega de Saldaña. En la actualidad, un grupo de niñas de entre 10 y 13 años ensayan al mando de las veteranas, especialmente de Lourdes del Valle, para danzar y actuar en las fiestas patronales, el 26 de junio, y entonar aquello del ‘yo te quiero a ti porque sí, yo te quiero a ti morena’.
|
|