El cuidador del monte
El vecino de Bustillo Baltasar Miñambres Alija analiza sus 33 años como agente forestal
Soraya de las Sías / Bustillo de la Vega
Dice con ironía que se ha criado como los lobos, en el monte, y que se conoce los alrededores de Bustillo de la Vega, a pesar de no ser oriundo de la localidad, como la palma de la mano. Los 33 años que Baltasar Miñambres Alija ha trabajado como agente forestal le acreditan como experto conocedor de los recursos medioambientales de la comarca, adonde llegó hace 60 años, cuando era un niño, procedente de Villanueva de Jamuz, cerca de La Bañeza.
La familia emigró de tierras leonesas para instalarse en el caserío de Albalá –perteneciente al municipio de Renedo de la Vega– y poner en marcha una finca agrícola propiedad de varios labradores. Poco a poco, Baltasar se fue integrando con los vecinos, involucrando en la vida social del pueblo, como un joven más que con 25 años contrajo matrimonio con Mercedes Rodríguez, de Bustillo. «Por estos años y estos vínculos me considero un vecino más», señala Baltasar Miñambres.
Su carrera de cuidador y defensor de los montes se inició en Patrimonio Forestal del Estado (PFE). Durante siete años trabajó como tractorista y maquinista en las repoblaciones que la empresa estatal organizaba en tierras palentinas y en provincias limítrofes. «En Peñafiel, en Valladolid; en León o en Burgos, además de las comarcas de la Valdavia, la Montaña o el Cerrato, en Palencia. Me podría quedar hasta pasado mañana contando los pueblos en cuyos montes he trabajado», destaca Baltasar.
De aquella etapa rescata una de sus anécdotas más curiosas. Baltasar recibió la orden de sus superiores de arar el monte Tordillos, propiedad de Lagartos y Terradillos de los Templarios. Los vecinos de ambas localidades se opusieron y Baltasar se vio obligado a detener la máquina que conducía por miedo a alguna represión. «Tuve que acabar el trabajo escoltado por una pareja de la Guardia Civil. ¡Qué estampa aquella!, no creo que se me olvide», rememora el agente forestal, que años más tarde, ante la convocatoria de oposiciones libres, consiguió la plaza de agente forestal en Bustillo.
Entre su misión figuraba vigilar los montes y los pastos, evitar las roturaciones fraudulentas y controlar las repoblaciones. En este sentido, subraya que lo que hoy entendemos por sostenibilidad del medio ambiente y necesaria conservación de los recursos naturales no tenía mucho que ver con lo de entonces, «de lo contrario los intereses económicos no hubieran primado en las repoblaciones, y no se hubiera talado un roble, una planta autóctona que necesita muchos años para su desarrollo, para colocar pinos y pinos, pensando en el negocio de la madera», opina Miñambres.
Mayor y menor
De las repoblaciones de pinos, de las talas y de sus consecuencias también tiene algo que decir. Con las continuas claras y entresacas en los montes asegura que se ha desfigurado el hábitat propicio para la caza mayor, que ahora encuentra refugio en los maizales de la vega. «Esta situación, unida a la proliferación de cultivos de regadío, ha frenado la existencia de caza menor, de liebres, perdices y codornices, que encuentran su hábitat en las masas forestales y los campos de cereal de secano», agrega el agente forestal.
Son tantos años unido al monte que le cuesta despegarse de su trabajo. En su cartera aún guarda el último carnet de agente expedido por la Junta, antes de que se jubilara en el 2001 como jefe de la zona de Saldaña, y sale a menudo a pasear por el monte, en busca además de su segunda gran afición: buscar setas. Los lugareños afirman que Baltasar conoce los mejores setales. Él, prudente, prefiere apuntar que en la época micológica, a partir de octubre, la comarca se convierte en una alfombra de setas y hongos comestibles con infinidad de especies. «Destaca la tricholoma portentosum, que comúnmente llamamos negrilla; la calocybe gambosa o perrochico, además de los boletus pinícola, edulis, regius o reticulatus, entre los más apreciados», especifica Baltasar, aunque su afán micológico no esconde gula o avaricia alguna. «Me encanta salir a buscar las setas. Nada más que eso, porque después regalo muchas a aquellas personas que sé que las valoran como un manjar gastronómico. Otras las conservo para degustar con la familia, en casa, o con los amigos, en el bar del pueblo», manifiesta Miñambres Alija, que concluye señalando que su mayor deseo y anhelo, después de ver a su hijo doctorarse en Biología, es contagiar su misma pasión por el monte a sus nietos.
Atractivos Turísticos
PATRIMONIO HISTÓRICO
El retablo del siglo XVII de Bustillo y la iglesia de Lagunilla, recuperada de un incendio
La iglesia parroquial de San Pedro de Bustillo de la Vega es un templo del siglo XVII de una sola nave cubierta con bóvedas de cañón de lunetos y yeserías. Entre sus bienes, destaca el retablo mayor del presbiterio, de 1676.
El recorrido por el patrimonio continúa en la entidad menor del municipio: Lagunilla de la Vega. La iglesia de Santa Elena sufrió hace cinco años un incendio que estuvo a punto de hacer desaparecer el templo. Los vecinos y los fieles temieron por algunas joyas artísticas, como el artesonado mudéjar del presbiterio y el altar mayor del siglo XVII con relieves en el banco. Afortunadamente, una acertada restauración ha permitido que la iglesia luzca de nuevo.
TRADICIONES
Acción de gracias
Los vecinos de Bustillo festejan a San Isidro el 15 de mayo con una misa y con la bendición de los campos. En la actualidad, la junta vecinal ha recuperado una antigua tradición: la fiesta del 12 de octubre. Los agricultores participan en misa con ofrendas a la Virgen del Pilar y al patrón de los labradores, agradeciéndoles los frutos cosechados.
ASOCIACIONES
Cultural y de jubilados
En Bustillo funciona desde hace años la asociación de jubilados y pensionistas San Pedro, cuyos integrantes participan en cursillos, charlas y talleres en un local cedido por el Ayuntamiento. En Lagunilla, existen otros dos colectivos: el cultural ‘Campo del baile’, y el de jubilados ‘Santa Elena’, que organizan diferentes cursos y actividades.
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