Aprendices de lo extraño
Cesáreo y Eufemia recuerdan en Santervás sus vivencias como emigrantes en Suiza en los años 70
Texto y fotografía de Soraya de las Sías.
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Cesáreo y Eufemia posan delante de su casa de Santervás, con el letrero en la fachada que recuerda su paso por su Suiza. / S. SÍAS |
Cuando Cesáreo Lerones Luis y su esposa Eufemia Sastre Maeso escuchan en los informativos que nuevas pateras llegan a las costas españolas con subsaharianos desfallecidos y desconsolados por el engaño de las mafias, vuelven la vista atrás. Recuerdan su etapa como emigrantes, cuando la dictadura franquista les obligó, como a otros muchos, a salir al extranjero para escapar de las imposiciones de un régimen que dibujaba mentes sumisas y bolsillos roídos que frenaban cualquier atisbo de prosperar y salir adelante.
Salieron de Santervás de la Vega, su pueblo natal, en enero de 1970. «El día 16, lo recuerdo bien», especifica Cesáreo, recordando que su primer destino era Alemania aunque tuvieron que cambiar de rumbo después de que los funcionarios de la oficina del Instituto Nacional de Emigración que había en Palencia les informaran de que no había plazas. «Entonces nos apuntamos para Suiza. En ocho días teníamos los papeles arreglados y estábamos allí», agrega Cesárea, destacando que ellos salían con pena de su país, pero con la seguridad de un contrato laboral y la dignidad de un trato siempre correcto, sin engaños.
Se instalaron en Chaux de Fonds, una ciudad de montaña y turística cerca de Ginebra, y comenzaron una nueva vida como trabajadores de un establecimiento hotelero. Él en la cocina. Ella, en el servicio de limpieza de las habitaciones. Poco a poco consiguieron amoldarse a un país que no era el suyo, aunque la carrera por la integración no estuvo libre de obstáculos, al menos los primeros meses. «El principal problema era el idioma, que no conocíamos, pero encontramos gente muy agradable y respetuosa que siempre nos echó una mano», agradece Lerones, mientras su mujer irrumpe para especificar que ella tuvo algún pequeño percance con la comida. «Era la primera vez que salía de casa. No me gustaba el modo de cocinar que tenían ni tampoco me sentaba bien aquella comida. Hubo un momento en el que me llegué a arrepentir, y quise volver a España. Pero el berrinche duró poco. Fue un mal rato, que pronto pasó, porque después estábamos fenomenal», agrega.
El apoyo, el ánimo y el cariño necesarios lo encontraron con sus paisanos, con otros españoles que residían en la zona y con los que comenzaron a participar de una vida social más activa, con reuniones, con comidas de grupo, acudiendo a la iglesia o participando incluso, en el caso de Cesáreo, en el coro de la parroquia.
A la española
A los tres años, cambiaron de trabajo y se trasladaron a una fábrica de relojes. Alquilaron una casa y comenzaron otra nueva etapa, en la que gozaron de mayor libertad. «Ya no estábamos en el hotel y podíamos tener nuestros horarios. Conocíamos mejor la ciudad y buscábamos alimentos españoles, especialmente el aceite de oliva », detalla Eufemia a la vez que recuerda cómo enseñaron a los suizos a cocinar la tortilla de patata o incluso a hacer chorizos.
Contaban además con otra ventaja: la excelente relación que tenían con sus patrones, a los que siguen recordando con afecto y respeto. «Nunca tuvieron que regañarnos, ni tuvieron que echarnos nada en cara. Todo lo contrario. Nos teníamos un aprecio y un respeto mutuos», explica Cesáreo. «Fíjate hasta qué punto nos apreciaban que cuando decidimos regresar a España, insistieron en subirnos el sueldo, mejorarnos las condiciones laborales, lo que fuera necesario para que nos quedásemos », añaden los dos.
Reconocían que los doce años en Suiza habían sido maravillosos, pero echaban en falta su tierra, y a los suyos.Habían regresado cada año en verano y en Navidades, pero llegaba el momento de volver definitivamente. «Porque allí estábamos bien, pero ahora aquí en Santervás, en casa, estamos mejor», espeta Eufemia.
Además, su intención no era que el saco se rompiera por la avaricia. Echaron cuentas y habían reunido los ahorros suficientes para regresar con la garantía de una vida cómoda y holgada. Construyeron su casa y escribieron otro episodio, inmersos en la tranquilidad del pueblo, en las costumbres de siempre, pero con el recuerdo presente de su etapa en Suiza, de su paso como aprendices de lo extraño, de su etapa como emigrantes que salieron con la seguridad de un contrato y la dignidad de un trato correcto, sin engaños.
PATRIMONIO ARTÍSTICO
Recorrido por los retablos y las pinturas barrocas de las iglesia
La iglesia parroquial de Santervás está dedicada a los Santos Gervasio y Protasio, de los que hay esculturas en dos hornacinas en la entrada del templo y en el retablo mayor. Junto a ellos, llaman la atención los retablos barrocos situados en el crucero y en la epístola, con pinturas asociadas a discípulos de Murillo. El recorrido por el patrimonio artístico continúa en la ermita de San Bartolomé, que acoge una romería el 24 de agosto. También cabe una visita a la iglesia de Villapún, con una magnífica cajonería del siglo XVII en la sacristía, y la de Villarrobejo, con un escudo en su entrada que contiene las insignias de la Orden de Calatrava.
FIESTAS
Todo el año
El calendario guarda dos fiestas locales en cada una de las tres localidades que engloban el municipio. Si los vecinos de Santervás de la Vega celebran San Gervasio y San Protasio –el 19 de julio– y San Bartolomé, –el 24 agosto–, los de Villapún festejan a San Pelayo el 26 de junio y a Divina Pastora el 30 de abril. Por su parte, los de Villarrobejo celebran San Andrés –el 30 de noviembre–, y el Corpus, que no tiene una fecha fija. / S. S.
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