Una vida detrás de la barra
Máximo Villacorta, de 69 años, se ha dedicado siempre a la hostelería y ha abierto negocios
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Máximo Villacorta, sentado en un banco en la plaza de Santibáñez de la Peña. :: LEONOR RAMOS |
LEONOR RAMOS
Cuando me cuenta sus inicios en el mundo de la hostelería, es casi imposible pensar que le haya dado tiempo a hacer tantas cosas, pero conociendo a Máximo Villacorta, de 69 años y nacido en Tarilonte, todo es creíble, porque siempre ha sido y es un hombre muy activo y muy implicado con su pueblo. Con once años, ya se puso detrás de la barra de un bar, y cambió su pueblo, Tarilonte, por el popular y caluroso barrio de Triana de Sevilla. «A los 11 años me montaron en un tren y me fui a Sevilla a trabajar con un tío que tenía un bar», cuenta. Desde entonces, no se separó de la hostelería.
«Por circunstancias de la vida, mis padres me mandaron con mi tío a Sevilla, había otros niños que se iban con los frailes o a estudiar, pero a mí me tocó ir a trabajar desde muy niño», cuenta. Y Máximo no se ha arrepentido jamás. Reconoce que al principio fue algo duro, porque comenzó haciendo recados y labores en el bar, aunque poco a poco fue ya conociendo el oficio de la hostelería. «Estuve en Sevilla hasta que cumplí los 18 años y le dije a mi tío que ya era hora de que volviese a mi pueblo para ver a mis padres», cuenta. Se pasó siete años sin volver a Tarilonte. «Me acuerdo que cuando llegué, mi hermano pequeño no me conocía y le dijo a mi madre cuando me bajé del tren: mamá ¿ese niño es Máximo, no?», dice. Regresó en junio y tenía pensado quedarse en Tarilonte hasta después de San Cristóbal, el 21 de septiembre, y volver luego a Sevilla, «pero por unas cosas y otras me quedé definitivamente aquí y ya no volví al sur». Un día fue a ver a unos amigos de sus padres del bar el Sevillano de Cervera y el dueño le propuso quedarse, y fue aquí cuando comenzó su andadura profesional.
Pasó unos años en Cervera, después se marchó a trabajar a Guardo y luego recayó en el establecimiento 'Siglo XX' de Aguilar. «Siempre he trabajado en la hostelería y a día de hoy, ya jubilado, sigo adorando la profesión. No hay más que ver que voy al bar muchas veces al día porque me gusta el ambiente y disfruto mucho con los amigos, tomando algo o echando una partida a las cartas», cuenta.
Joven empresario
En 1965 y con 24 años, se instaló definitivamente en Santibáñez de la Peña, donde con el esfuerzo de su familia logró levantar y abrir una cafetería en el pueblo. «Por aquel entonces, el pueblo tenía mucho potencial y mucha vida por la minería, y todos los vecinos de alrededor venían aquí con los carros de patatas para venderlas y comprar hilo, lana o comida», dice. La cafetería se llamaba Tarilonte y con ella estuvo muchos años. Hoy en día sigue existiendo, pero ya no es propiedad de Máximo y se llama 'Quo Vadis'. Regentó el bar durante doce años, y después, «fui cogiendo otros establecimientos en Santibáñez, y es que nunca he parado» cuenta. Tuvo otra cafetería, ha tenido un negocio enfrente de la gasolinera, un quiosco de prensa y hoy en día el único negocio que tiene es el supermercado de Santibáñez, que regenta ahora una de sus hijas. Ya está jubilado, pero sigue ayudando a su hija en lo que puede, y es que la prensa sigue llegando al supermercado y Máximo se encarga de distribuir la prensa por los pueblos. «Coloco los periódicos en las estanterías y una vez que lo tengo todo controlado, mando la prensa a Villanueva, Congosto, Respenda…», afirma. «Todos los artículos que publicas en el periódico, primero pasan por mis manos y me los leo todos», dice entre risas. Hoy será uno de los primeros que lea este artículo dedicado a él.
«Me gusta el ambiente que se respira en el bar y soy una aficionado al mundo de los toros y también a las partidas de cartas», cuenta. Así que en sus bares nunca faltaba la tele encendida cuando hay corridas de toros. Cuando él comenzó en el mundo de la hostelería en Santibáñez, funcionaban siete bares, ahora sólo quedan cuatro, y a día de hoy esos ya son bastantes. Máximo es feliz en Santibáñez porque lo tiene todo, sus amigos, parte de su familia, las cartas, las charlas con los vecinos y, cómo no, su huerta de mil metros, a la que va prácticamente todos los días.
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