Energía imparable
Mario Arto, de 72 años, ha trabajado en la mina y en el campo, y en sus ratos libres jugaba al fútbol
LEONOR RAMOS
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Mario Arto, en el mirador de la Peña, con una vista de Mudá al fondo. :: LEONOR RAMOS |
Con 72 años es un auténtico terremoto. Tiene algunos achaques, unos consecuencia, como es lógico, de la edad, y otros debido a las locuras que muchas veces comete, porque su espíritu sigue siendo joven, como jugar al fútbol con uno de sus nietos y dar con mucha fuerza al balón para intentar meter un gol. Comenzó a trabajar con ocho años y desde entonces no ha parado. Ahora, ya jubilado, Mario Arto sigue al frente del Ayuntamiento de Mudá y su pasión continúa siendo el baile. Se quedó huérfano de madre de pequeño, lo que le llevó muy joven a ayudar a su padre en el trabajo. «A los 8 años iba a arar las tierras con mi padre, pero cuando yo tenía 12, mi padre cayó enfermó y yo ya iba solo con las cuatro vacas. Con 19 años, fui capaz de segar yo solo con guadaña hasta una hectárea y media de trigo», cuenta. Empleó para ello dos días y dos medias noches, «porque dormía unas tres horas para descansar», y consiguió ocho carros de paja y 50 sacos de trigo. Según Mario, «si esto se lo mandas hacer a diez o doce jóvenes de hoy en día son incapaces, serían incapaces, porque es mucho trabajo y muy duro».
«Si tú le cuentas esto a alguien, seguro que no te lo cree, pero si se lo dices al vecino de un pueblo, sabrá de lo que yo estoy hablando, porque antes, hasta los días se nos quedaban cortos para trabajar, ya que había mucha faena, y lógicamente todo lo teníamos que hacer a mano, así que el esfuerzo se duplicaba», dice. Con 28 años, y ya casado, se puso a trabajar en la mina, pero no dejó de la lado el campo. Fueron unos años difíciles, porque no tenía ni un solo día de descanso, «porque había que rendir en los dos sitios, como el resto de compañeros», dice Mario. Tenía compañeros en la mina que cuando salían de trabajar los sábados difrutaban de tiempo libre, pero él no podía hacerlo. «Yo salía los sábados de trabajar a las cuatro de la tarde y hasta las tres del lunes, cuando entraba de nuevo a la mina, no sé lo que podía haber trabajado», apunta.
Aguantaba como el que más, porque quería llegar a hacer todo lo que se había comprometido, pero había veces que su cuerpo le decía basta. «Cuando mi mujer cayó enferma, estuve durante cuatro días viajando todos los días a Palencia, donde estuvo ingresada, pero aguanté poco, porque de lo poco que descansaba, un día en la mina casi no tengo un accidente al quedarme casi dormido , así que tuve que dejar de de dedicarme a tantas cosas para evitar otros problemas», dice. Iba al campo, ordeñaba las vacas, trabajaba en la mina y tenía que cuidar a su esposa… Los días para Mario siempre se hacían cortos.
Pero Mario siempre tenía una distracción, algo con el que poder olvidarse del duro trabajo que ya tenía desde niño. «Cuando ayudaba a mi padre en el campo, y después de haber madrugado mucho, yo me iba a las cuatro de la tarde a jugar con mis amigos al fútbol», recuerda. En un partido, en el que su pueblo se enfrentaba a otro, encomendaron a Mario que defendiese muy bien a un jugador rival que metía muchos goles. Defendió bien, «pero en el minuto 15 de la segunda parte mi cuerpo dijo basta, y ya no pude defenderle más porque llevaba desde las cinco de la madrugada despierto y sudando», recuerda.
En unos de los campeonatos de interpueblos, Mario, que ya no estaba jugando, sino que acompaña a los niños, tuvo que salir al campo porque el equipo se estaba quedando sin jugadores por las patadas del equipo contrario. «Me puse unas zapatillas y comencé a correr por la banda como el que más, hasta que me vio uno de mis hijos y me echó una bronca que ni te imaginas», afirma. Si no había unas zapatillas de su número y tenía que salir le daba igual. «Si era dos número menos que el mío, me las ponía igual apretando bien los dedos», dice.
Mario Arto conserva todavía una gran energía, al igual que Juliana, otra vecina de Mudá, que con 92 años sigue cogiendo libros en préstamo del bibliobús cuando visita el pueblo y que luego lee en sus ratos libres. La energía la llevan ambos en la sangre. |