Donde el Canal cambia de cuenca
Los Rojas y los Velasco, dos familias de linaje, se señorearon por Requena de Campos
GONZALO ALCALDE CRESPO
Al término municipal de Requena de Campos casi lo parte en dos la lámina de agua del Canal de Castilla, que por allí cambia de vertiente y de cuenca, pues hasta que llega a Requena pertenece a la cuenca del Pisuerga, y a partir de allí se desliza sin aspavientos hacia la del río Carrión. Son estos los paisajes más abiertos que uno pueda ver por esta parte de la Tierra de Campos palentina. Tierra infinita y cielos sin límite, y eso que hoy, cuando he llegado allí, algunas nubes juegan a las escondidas con el sol.
Corre un poco de aire, por lo que es un día ideal para recorrer la traza del Canal de Castilla en bicicleta. Mientras me doy un paseo, en sus ampliados y mejorados caminos de sirga -hoy carriles bici- me cruzo con varias parejas de ciclocanalistas que lo vienen recorriendo. Algunos se detienen a ver más de cerca las ya antiguas arquetas y aliviaderos de piedra que se localizan en sus márgenes, pues en cierto modo recuerdan a tumbas etruscas sacadas de su contexto.
Pero otra parada obligatoria en el Canal de Castilla a su paso por Requena lo será su viejo puente, uno de los más antiguos que se construyeron sobre la caja del Canal.
La carretera, por fin, ya está en obras de mejora y ampliación, por lo que también espero que cambien los carteles que identifican a esta magnífica obra hidráulica de la Ilustración, pues se les ve un poco oxidados.
Cuando entro en el pueblo, veo un imponente huerto solar de paneles móviles de donde brota energía, que según me dicen es más rentable que plantar cebadas y girasoles, aunque menos atractivo. También veo a través de un gran cartel que el Ayuntamiento de Requena va a llevar a cabo obras de mejora en la Plaza Mayor de la villa, en la que, junto a su Casa Consistorial, existe un centro cultural dedicado a Miguel Hernández, aquel 'perito en lunas' del que hago míos aquellos versos suyos: «Soy un triste instrumento del camino. / Soy una lengua dulcemente infame».
Y por seguir en el camino y con la lengua infame del ordenador y la maquina fotográfica, permítanme que les siga relatando lo que se puede ver en Requena de Campos. Aunque hoy es una villa pequeña, algo habría por allí para que dos de las familias más linajudas de las que se señorearon por esta tierra la tuvieran bajo su protección y explotación. Fue villa de señorío de los Rojas y Velasco, soberbia estirpe de magnates que portaban como lema en su escudo de armas, aquellos de «antes que Dios fuera Dios y las peñas, peñascos. Los Quirós eran Quirós y los Velasco, Velascos».
Al acceder al pueblo, lo primero que vemos es su tradicional barrio de bodegas excavadas bajo tierra. Cerca debió de existir una torre o mota encastillada, pues hoy el nombre de una calle nos lo recuerda, así como un buen crucero de piedra, símbolo de la villa, que nos hará tener presente que andamos en los entornos del Camino de Santiago.
Su iglesia parroquial de San Miguel, como ocurre con muchos pueblos terracampinos, sobresale sobre el caserío del pueblo. Está fechada en el siglo XVI, aunque ya en el siglo XIV existía como templo de la villa, junto con la ermita de Santa Marina. En la torre figuran dos escudos esquineros del obispo Rojas, a cuyas expensas seguramente se edificó el templo. Es de una sola nave aunque de esbelta fábrica, estando cubierta con bóvedas de crucería estrellada. Dentro de él destacan sus dos retablos: el mayor, rococó del siglo XVIII y el magnífico del Evangelio, del siglo XVI, con buenas pinturas sobre tabla.
Cerca de esta iglesia parroquial se puede ver un excelente ejemplo de recuperación arquitectónica de lo que fueron las buenas casas tradicionales terracampinas. En relación con esta arquitectura vernácula, también en la parte norte del pueblo, al remanso de una frondosa chopera, también puede contemplarse un buen ejemplar de palomar tradicional terracampino, con cubierta a una sola vertiente, cuyo entorno se podía mejorar un poco. Es una idea.
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