Un labrador de sonetos
Los hijos del poeta Julio Cayón recopilarán los sonetos que escribió antes de fallecer para publicar un segundo libro
Soraya de las Sías
El pasado martes, día 5, se cumplieron seis meses de la muerte de Julio Cayón Heredia, el poeta natural de Amusco que residió durante años, primero, y durante largas temporadas, después, en Población de Campos, al que calificó en alguna ocasión como algo más que su pueblo de adopción. El adiós tan repentino que dejó está muy reciente entres sus familiares, y propicia que los ojos de su mujer Julia y de sus cuatro hijos –María Jesús, Fernando, Julia y Ángel– se encharquen de emoción cuando hablan de su esposo y de su padre.
La herida aún no ha cicatrizado lo suficiente, pero echan mano del respeto y del orgullo para recordar la trayectoria de un hombre que describen honrado, honesto y sencillo, que se licenció en Derecho en la Universidad de Salamanca, pero que nunca ejerció como abogado porque prefirió dedicarse a la agricultura. «De hecho con frecuencia reconocía con orgullo y entusiasmo que él era labrador», señala su hijo Fernando.
A la hora de dibujar su perfil y su particular manera de ver y entender la vida, coinciden todos en destacar su carácter extrovertido, su filosofía liberal y su arraigada fe católica, «porque era creyente y practicante, pero respetaba a otras opciones religiosas», especifica su hijo Ángel.
La silueta de su personalidad se acaba de perfilar con una mente privilegiada, con una sutil inteligencia y una vasta capacidad de retención de nombres, fechas y datos en su cabeza. Un aval memorístico que le permitió solventar algunas carencias físicas, como el problema que sufría en la vista, que se agravó con los años, cuando, llegado el umbral de los sesenta, el tiempo libre de la jubilación comenzó a forjar la afición de un labrador de palabras y sonetos.
« Sus ojos y sus retinas estaban muy delicados, tenía problemas para ver, para leer durante mucho tiempo seguido. Por eso quizás fue dejando la lectura, su verdadera afición, y comenzó a componer. Los versos los creaba visualmente en su cabeza, los recitaba en voz alta y los memorizaba. No escribía ninguno», explican sus hijos, que manifiestan que sus creaciones iniciales no respondían a la estricta norma de los sonetos, sino que en ellos plasmaba sus creencias y vivencias, unas veces con rima asonante, otras consonante. «Era autodidacta, aprendía solo. Los primeros versos fueron más costosos, hasta que leyó el libro de Antonio Quilis, que le ayudó a conocer las reglas de métrica y acentuación y perfeccionar su estilo», agregan, mientras muestran los recortes de prensa con las entrevistas realizadas a su padre en diferentes periódicos con motivo de la presentación de su libro: ‘Mis pecados de malversificación’.
Pudor y vergüenza
En todos los artículos, Julio Cayón Heredia dijo que su pecado entonces era ser un intruso de la poesía. Su actitud sazonaba humildad y escondía el pudor de un escritor al que le provocaba vergüenza sacar a la luz su obra porque creía que con su poesía y su permisividad métrica ofendía a los autores y poetas consagrados, «con brillo», como él decía.
« Le costó mucho decidirse, gracias a que los cuatro hijos le animamos a publicar un libro en octubre del 2004, coincidiendo con la celebración de sus bodas de oro», señala Ángel Cayón, quien guarda cerca de sesenta sonetos y poemas escritos por su padre antes de fallecer con la intención de publicar un segundo libro. «Nos gustaría sacarlos a la luz, para que familiares y amigos puedan conocer todo lo que hizo antes de despedirse», agrega.
En ellos, de igual modo que en su primer libro, Julio había hilado las palabras de experiencias vividas en Palencia y en Población, de encuentros con familiares y vecinos, de estampas de la naturaleza, de recuerdos y pensamientos, pero también de muerte. Escribía sobre ella de forma especial, con sarcasmo, sin miedo. Porque se atrevió a desafiarla en versos, y acompañándola se fue tranquilo.
« Su profunda fe religiosa le llevaba a pensar y decir que había que temer al dolor, pero no a la muerte, porque te iba a llevar a un mundo mejor», manifiestan sus familiares, que recuerdan que por entonces la faceta de escritor ya le había invadido, preocupado por cómo marchaba la publicación de su segundo libro.
Su valentía no buscaba un aplauso a un gesto heroico, sino que transmitía el cariño y la esperanza que un padre había depositado en sus cuatro hijos, a quienes dejó a repartir en herencia el valor de la palabra honesta, del soneto liberal, siempre labrado por una fiel convicción.
Atractivos Turísticos
PATRIMONIO HISTÓRICO
Recorrido por la iglesia parroquial, los restos de la muralla y las dos ermitas
Población de Campos fue una villa murada con castillo. De aquella época solo se conservan algunos lienzos, una puerta medieval y una calle que recuerda donde estuvo la fortaleza. Al parecer, en este emplazamiento es donde se edificó posteriormente la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, un soberbio templo de estilo barroco que destaca sobre el caserío.
En el templo se conservaba una pequeña pintura sobre tabla que representa al Ecce Homo y que se atribuye a Jan Provost. En la actualidad puede contemplarse en el Museo Diocesano de Palencia.
El recorrido continúa con una visita a la ermita de Nuestra Señora del Socorro, de origen prerrománico, y a la de San Miguel, a las afueras del pueblo.
CAMINO DE SANTIAGO
Un albergue para los peregrinos
Incluido en el trayecto del Camino de Santiago, la localidad de Población de Campos ofrece a los peregrinos de la ruta jacobea un albergue municipal. Las instalaciones del centro, rehabilitado sobre las antiguas escuelas, están preparadas para acoger a algo más de una veintena de viajeros, a los que se les ofrece todos los servicios básicos para descansar.
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