Españoles, italianos y coreanos en el Camino
Boadilla del Camino recibe a multitud de peregrinos, mochileros, ciclistas y moteros
GONZALO ALCALDE CRESPO
Que Boadilla es del Camino bien se ve nada más acercarse a la villa. Aquello es un venir y llegar de peregrinos, mochileros, ciclistas, moteros. Y hasta dos jubilados de buena presencia, alemanes ellos, que se bajan de un Mercedes clase E, con el que está claro que llegarán antes que nadie a Santiago de Compostela, pero con el que no ganarán ninguna indulgencia, ni plenaria ni parcial, ¡que lo sepan!
Creo que ese último pensamiento me lo leyeron en la cara mientras les observaba, pues ellos también se me quedaron mirando, y con cierto aire de desprecio y soberbia me dieron a entender que les daba igual, pues es sabido que el día del Juicio Final los ricos se salvarán todos, pues irán acompañados de sus abogados, y ellos tenían pinta de tener todo un bufete a su servicio.
Por recobrar la fe, y quién sabe si hasta la esperanza, me fui a visitar la iglesia parroquial de Boadilla, siguiendo la tradicional calle de los Francos. Casi pegado a su cabecera, en la plaza del Rollo, me encuentro con su afamada picota gótica, símbolo de la villa y de sus viejas jurisdicciones, que excelentemente rehabilitada se mantiene esbeltamente enhiesta sobre su tribuna de cinco escalones.
Se asegura que Boadilla del Camino tuvo tres iglesias parroquiales (Santa María, Santiago y San Miguel), aunque de todas ellas sólo se conserva la de Santa María, hoy dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. En origen, se empezó a construir en estilo románico, aunque se terminó ya en época gótica, teniéndose que hacer algunas reformas también en tiempos renacentistas. Su planta esta conformada por tres naves espléndidas, albergando en su interior impresionantes retablos, entre los que sobresale el mayor, de mediados del siglo XVI, obra de los escultores Pedro de Flandes, Juan de Cambray y Mateo Lancrin. También destaca otro renacentista, con pinturas de Juan de Villoldo, al que remata un calvario gótico del mismo siglo. Asimismo, llamará nuestra atención una original pila bautismal gótica, que descansa sobre once esbeltas columnillas.
Recobrada la esperanza, y como no me corto ni un pelo, me cuelo sin casi pedir permiso en el establecimiento hostelero En el Camino, y allí me entrevisto con Eduardo Merino, un joven y campechano empresario boadillense que me pone al corriente de los servicios que ofrece su complejo hostelero.
Es restaurante, casa rural, albergue privado y hospedería, aunque me habla de «que se está notando la crisis en el Camino», pues este año anda menos personal, aunque pasan muchos españoles e italianos, y curiosamente coreanos. Así, me aclara que los que hace unos días yo identificaba en Frómista como japoneses, resulta que era coreanos (supongo que del sur). Y es que a mí, estos orientales me parecen todos iguales, supongo que a ellos les pasará lo mismo con nosotros.
Como veo que uno de ellos le pide a Eduardo que le sirva un pincho de tortilla, le pregunto sobre la comida que más les gusta, y el hostelero me contesta con gracejo y ocurrencia que la que les das gratis. Mira qué curioso, porque en eso también se parecen mucho a nosotros los españoles.
Me despido de Eduardo y me voy a dar una vuelta por el pueblo, donde visito la antigua panera o pósito, cuya portada de ingreso se adorna con alfiz y escudetes de los Anaya, a los que hacen compañía otros dos de un familiar o chivato del Santo Oficio.
Desde allí, me acerco a visitar la terraza del albergue municipal para peregrinos y la conocida como Fuente Vieja, así como el lavadero y los buenos palomares tradicionales terracampinos que se pueden contemplar a su alrededor.
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