Siempre con una sonrisa
Maximiliano Azpeleta, de 86 años, fue también alcalde de Melgar de Yuso antes de la democracia
LEONOR RAMOS
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Maximiliano Azpeleta, en la plaza del Ayuntamiento de Melgar de Yuso. :: LEONOR RAMOS |
La figura del juez de paz surgió en los pueblos en 1857 para resolver las disputas de escasa cuantía en materia civil y las infracciones penales leves o juicios de falta. En definitiva, lo que hacía y hace un juez de paz es intervenir en aquellos conflictos menores que surgen entre los vecinos. Maximiliano Azpeleta, de 86 años, tras su paso por la Alcaldía de Melgar de Yuso, se convirtió en el juez de paz. «No recuerdo cuántos años ocupé este cargo, pero vamos, que tampoco me quitó mucho tiempo de mi trabajo en el campo», dice.
A Maximiliano no le ha gustado nunca discutir y siempre ha preferido dar su brazo a torcer para evitar problemas con los conflictos, quizás por eso salió juez de paz en Melgar. «Parece que todos los palos siempre me han tocado a mí, porque ya ves que me tocó ser alcalde y después juez de paz, dos trabajos en los que no se cobraba nada», cuenta. Su función como juez de paz era «tener a la gente sujeta porque si no lo hacía, no sabes qué líos se me formaban en las calles», dice Maximiliano. ¿Y dónde surgían los conflictos? Principalmente en las tierras. «Tenía que aclarar muchas veces hasta dónde llegaba una tierra y dónde empezaba la otra», explica.
Y claro, intermediar en asuntos de este tipo, a Maximiliano le trajo problemas, ya se sabe que muchas veces el mediador es el que peor sale parado del conflicto. «Hombre, pues claro que tuve problemas, pero es que si yo no lo hacía pues no lo hacía nadie más ,y alguien se tenía que encargar de ello», afirma. Compaginó durante varios años ser juez de paz con el trabajo en el campo, pero eso no fue ningún problema para él, porque como dice, «antes en el campo se trabajaba mucho, pero para nada, y además en el invierno trabajábamos muy poco». A él siempre le han gustado todas las actividades que ha tenido, y nunca se ha queja. «A todo lo que he hecho le he ido cogiendo el gustillo, bueno, hay una cosa que no, trabajar mucho no me gusta», cuenta entre risas.
Calles de barro
Antes de ser juez de paz, Maximiliano ocupó la Alcaldía de Melgar de Yuso durante unos seis años antes de la llegada de la democracia. «Como por aquel entonces casi no había dinero, todas las obras que se realizaban en el pueblo las hacíamos los propios vecinos», dice. Su función era entonces decir en qué zona se iba a actuar y cómo había que organizar a los vecinos el trabajo, y es que cada uno trabajaba dependiendo de las hectáreas de tierra que tuviese. «Si, por ejemplo, un vecino tenía 100 hectáreas, le correspondía trabajar seis días, y si uno tenía 20, pues lo hacía solo cinco», explica. Muchas de las calles fueron asfaltadas durante los años en los que Maximiliano ocupó la Alcaldía. «Antes, todas las calles estaban llenas de barro, y claro, cuando llovía, como Melgar es llano, el agua no salía por ningún lado, sino que se quedaba por las calles y formaba grandes barrizales», cuenta. En más de una ocasión, y para que fuese más fácil caminar por el pueblo, volcaban carros de paja de los que se trillaba por las calles. «Después, y una vez que se secaba todo y ya casi se podía, volvían con los carros y con las palas, lo recogían y lo llevaban de nuevo a los campos», dice.
Métodos a la antigua usanza que facilitaban durante unos días el paso de los carros y de los vecinos por las calles del pueblo. «Y como los niños íbamos descalzos por las calles pues imagínate cómo llegábamos a casa, de barro hasta la cabeza», cuenta. Por aquel entonces, entraban a casa y, si tenían tiempo, se los limpiaban con agua, y si no, de nuevo a la calle a llenarse de barro.
Maximiliano tiene una mirada dulce y dicharachera. Se muestra contundente cuando le pregunto si le gustaría irse a Palencia a vivir. «¿En Palencia? pero qué hay en Palencia, si no hay nada, mi mujer y yo lo tenemos todo aquí, donde vivimos tranquilos y donde por fortuna todavía se ven niños por las calles y hay servicios suficientes para tener una buena calidad de vida», concluye. Nos despedimos, coge su bastón y se va de paseo.
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