Una amistad de años
No nacieron en Payo, pero tras 70 años viviendo en este pueblo, Julio Benito y Pablo Bravo ya son uno más
LEONOR RAMOS
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De izquierda a derecha, Pablo Bravo, Julio Benito y Malaquías Alonso, en un camino de Payo de Ojeda. :: leonor ramos
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Cuando llevas ya muchos años viviendo en un sitio que no es tu lugar de nacimientose te puede llegar a considerar uno más de su historia, y es que muchas veces hasta el sentimiento por tu nuevo pueblo es más grande que el de quien ha nacido en él. Julio Benito, de 87 años, y Pablo Bravo, de 88 años, son naturales de Lomilla y de Báscones de Ojeda, respectivamente, pero llevan ya más de 70 años en Payo, uno por motivos familiares y el otro por amor. No se olvidan de su lugar de origen pero después de tantos años, todos los recuerdos, anécdotas e historias que cuentan nacieron en Payo.
Julio es más hablador que Pablo, que prefiere escuchar y estar atento a lo que su amigo cuenta. Son quintos, los dos tienen los ojos azules, la misma alegría y la misma adoración por Payo. Sus vidas han ido casi paralelas en la historia y su amistad nació por casualidad hace años en este pueblo de la Ojeda. Hace unos meses que Julio se quedó viudo, así que Pablo y su mujer se han convertido ahora en uno de sus grandes apoyos. «Se ha ido mi razón de ser en la vida», dice con tristeza Julio.
Ambos recuerdan la alegría que había antes en Payo por la cantidad de vecinos. «Creo que en cada casa podía haber hasta diez niños, así que imagínate el tráfico que se formaba por las calles los días de la fiesta», dice Julio. El 30 de mayo, los vecinos de Payo celebran la fiesta de San Fernando con una procesión en honor a la Virgen de la Vega, que protege el campo de la Vega. «Íbamos todos en procesión con la Virgen de la Vega desde la iglesia hasta la ermita que lleva su nombre, donde permanecía hasta el 1 de octubre, que en procesión la llevaban de nuevo al templo parroquial», explican.
Durante este tiempo, la Virgen de Fátima también cambiaba de lugar y también se llevaba en procesión, hasta que dejó de hacerse, y cada Virgen se quedó en su lugar de origen. Y entre risas, explica Julio: «y como no teníamos tiempo para nada porque había mucho trabajo en el campo y ni teníamos agua corriente en las casas, pues íbamos directamente a la fiesta con los pies sucios y hasta muchas veces, yo no me podía ni lavar la cara". Da gusto verle sonreír y escucharle contar esas historias.
A vender patatas
Julio las cuenta y Pablo asiente la cabeza, sobre todo cuando el primero habla del duro trabajo de antaño. «Lo de ahora no es trabajar, ya que antes pasábamos muchas horas bajo el sol, y todo, hasta la recogida de patatas, lo teníamos que hacer a mano», apunta. «En invierno y con las nevadas, era increíble ver las hileras de carros tirados por las vacas por los caminos dirección a Alar para vender las patatas», explica.
Durante esa época, muchos cayeron enfermos y fallecieron después a causa de una pulmonía, y es que se pasaba mucho frío en los carros. «Antes, la pulmonía era como el cáncer ahora. Nadie sabía qué era, ni cómo curarlo», cuentan. Vecinos de otros pueblos se acercaban a Payo para trabajar en la recogida de las patatas, que, como era de esperar, nunca faltaban en la mesa. «No había competencia entre nosotros, porque cada uno se las vendíamos a quién más nos convencía», dice.
Y cuando se descansaba, todos iban al baile a disfrutar. «Sólo lo abrían los domingos, y allí acudíamos todos, y aunque a las diez de la noche ya teníamos que estar en casa intentábamos aprovechar mucho», explica Julio. En Cuaresma, no abría el baile, «así que el último domingo que ya se abría como acudía tanta gente del pueblo y de los de alrededor, pues había que sacar el baile fuera, porque sino no entrábamos todos», explica un vecino que pasa por la iglesia.
Después de hacerles la foto, volvemos a bajar al pueblo donde cada uno regresa a su barrio. En Payo, hay tres barrios, no es un pueblo muy grande pero yo me perdí al llegar. Cuando se lo cuento a Julio, éste volvió a sonreír.
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