Entre muros con historia
Santiago Díez, de 60 años, nació en Santander pero vive desde los 16 en la granja Santa Eufemia
LEONOR RAMOS
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Santiago Díez, ante uno de los edificios de la granja Santa Eufemia
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A él lo que le gustaba era el campo y no se lo pensó dos veces. Cuando tenía 16 años, Santiago Díez, de 60 años, cogió la maleta y se instaló en la granja Santa Eufemia, ubicada en Olmos de Ojeda y perteneciente a su familia. «Siempre habíamos venido durante los veranos, así que ya conocía toda esta zona, y como en lo que quería trabajar era en el campo, me vine para acá directamente desde Santander», dice.
Conoce a la perfección la historia que guardan los muros de la granja, en la que se ubica la Iglesia de Santa Eufemia de Cozuelos. Escuchar a Santiago y a sus hermanos ha sido una auténtica clase de Historia de España.
A cualquier persona le daría miedo vivir en un espacio tan amplio y abierto y con tanto silencio, pero Santiago jamás sintió miedo. «Vivía solo en uno de los edificios que aquí tenemos, y vivir entre los espíritus de las monjas jamás me ha dado miedo», apunta. Quizás sean las históricas piedras que rodean a Santiago las que le defienden de sus posibles miedos. «A mi las piedras me apasionan y siempre me fijo en todas ellas porque creo que en ellas está la historia», dice.
Y precisamente esas piedras dieron cobijo a la infanta de León, que llegó a ser reina de León durante unos 47 días y que había nacido para vivir entre el lujo y la riqueza, aunque ella prefirió la austeridad de un convento. «Sancha Alfonso, como no tenía inquietudes políticas y sí religiosas, renunció al trono de León en favor de su hermano Fernando III El Santo, y cuenta la leyenda que cogió una carreta tirada por bueyes sin rumbo fijo hasta parar aquí, en Santa Eufemia, donde había unas monjas de la Orden de Santiago que mantenían, creo recordar, unas 20.000 cabezas de ganado lanar y 5.000 de vacuno», cuenta.
Tras estar la granja dos siglos abandonada, ya que la orden de Santiago se trasladó a Toledo, apareció un hombre que tenía varias fincas en Toledo y a través de unas permutas cambió sus fincas a las monjas por la granja Santa Eufemia. «Por este motivo, cayó en manos de particulares, y no tuvo nada que ver con la desamortización como aseguran otros erróneamente», explica. Años más tarde, el bisabuelo de Santiago adquirió la granja y así ha seguido sucesivamente.
Patrimonio familiar
En la granja, y ya con Santiago al frente, trabajó un tractorista, un pastor y un vaquero, porque había que sacar provecho a las 190 hectáreas de terreno que tiene la granja. «Me levantaba por las mañanas, me iba al campo a trabajar y la verdad es que jamás he echado en falta nada de la capital, porque la paz que encuentro aquí no la hay en ningún sitio», asegura. Hoy en día, Santiago y dos hermanos más llevan la granja porque no quieren que desaparezca. «Hace unos años nos metimos en el sector del agroturismo porque con lo que sacamos del campo, no puedes mantener toda la granja», dice.
No quieren deshacerse de la granja porque, como dice Santiago, «es nuestra herencia, pero yo entiendo que soy un simple administrador de lo que me dejó mi padre y mi obligación es mantenerlo, y si podemos engrandecerlo para que lo mantengan futuras generaciones, mucho mejor», apunta. Allí, cada uno se encarga de una tarea. Santiago, del campo y de la administración; su hermana, del turismo y de la organización de eventos y su hermano, de enseñar la iglesia.
Son pocos, pero con mucho esfuerzo mantienen viva la historia de estos muros que intentan dar a conocer al resto de la sociedad porque por ellos pasó Fernando III el Santo y Sancha Alfonso, y eso es historia de Castilla. Tomamos un café en la denominada sala templaria, que tiene aforo para 190 personas y vistas al jardín, donde se respira una tranquilidad absoluta, y donde la huida del mundo exterior es inmediata. Al igual que Doña Sancha, Santiago y sus hermanos también han encontrado en estos muros la paz interior que hoy todo el mundo busca. Gracias a ellos, esta joya de la historia, digna de ver, seguirá respirando el aire puro de la Ojeda.
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