Color carbón con sabor a queso
Gaspar Franco, de 77 años, trabajó durante diez años en la quesería de Castrillo de Villavega
LEONOR RAMOS
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Gaspar Blanco en la fachada de su casa, en la que se ve la fecha de la construcción original. :: LEONOR RAMOS |
Cuando se jubiló, volvió orgulloso al pueblo que le vio nacer hace ya 77 años para descansar y para rememorar aquellos recuerdos de la infancia y la juventud. Gaspar Franco se marchó por motivos laborales, ya no había trabajo en el pueblo y tenía que seguir manteniendo a la familia, por lo que se trasladó junto a su mujer y sus tres hijos a Portugalete (Bilbao), donde vivieron durante más de 20 años y donde todavía conservan un piso, que ahora, y por fortuna, disfrutan sus nietos ya universitarios. «Fue un cambio, pero teníamos que hacerlo, así que nos aventuramos, y ya ves, qué bien ha salido todo de momento», dice Gaspar.
«Cuando tuve la oportunidad de jubilarme, no me lo pensé dos veces, porque siempre he sido un enamorado de mi pueblo, es más, cuando vivía en Bilbao, venía cada vez que podía, y muchas veces salía de trabajar por las noches y aquí me plantaba para volver a marcharme al día siguiente», relata. Todos los coches que se ha comprado durante estos años los ha estropeado por viajar tanto desde Portugalete hasta Castrillo de Villavega. Ahora ya no usa tanto el coche porque en el pueblo no le hace falta y lo tiene todo a mano. «Tengo un huerto en el que paso horas y horas, y ya no necesito nada más», cuenta.
Ahora todo está más a mano, y es que las distancias se han acortado con los nuevos medios de transporte, pero antaño, cuando Gaspar era un niño, las cosas no eran como ahora. Su padre andaba con reatas de mulas para bajar el carbón a la zona procedente de Santibáñez de la Peña. «Era un trabajo muy duro, y yo recuerdo lo cansado que llegaba mi padre porque esos 50 kilómetros que separan Castrillo de Santibañez antes se hacían en unas ocho horas con el carro», explica, «y ahora se hace en nada, vamos que nada tiene que ver con lo de antes», apostilla.
Repartía el carbón por la zona porque por aquellos años ya se estilaban en las casas las cocinas de carbón y había que abastecer a los vecinos de Castrillo y los demás pueblos. «Yo fui muchas veces con mi padre, emprendíamos el viaje por la noche y hacíamos noche por ahí y ya por la mañana continuábamos hasta llegar a Santibáñez y una vez allí, pues a cargar el carro y vuelta para abajo», cuenta. Largas caminatas en carro donde los caminos y las piedras dificultaban si cabía más todavía el recorrido.
Maestro quesero
«Recuerdo una vez que a mi padre se le quedó atascada una rueda y tuvo que volver para cambiar de carro, claro, cuando volvió la Guardia Civil, como el carbón estaba intervenido, le multó con 1.000 pesetas y encima le quitaron el carbón. Vamos, que le salió el viaje redondo», señala . Encima, «lo que ganaba no daba para mucho, pero bueno para algo si le servía». Si la tonelada valía 500 pesetas, el padre de Gaspar cobraba 600 pesetas.
Tras dejar este trabajo, la familia se hizo cargo de la empresa de quesos de Castrillo. «Venía el camión todas las semana y el queso que ya estaba oreado, pues se lo llevaba para distribuir varios puntos de España», recuerda. Gaspar tiene el diploma de quesero y está muy orgulloso de ello, y aunque este trabajo no duró más de diez años, se conoce a la perfección los pasos a seguir para elaborar un buen queso, que como dice Gaspar, « sepa a queso, queso».
Todo lo hacían con calderas de cobre en casa y dando vueltas poco a poco con grandes palas. Elaboraban unos quesos con un sabor increíble. Hubo temporadas en las que «hacíamos queso con unos 700 litros de oveja, que había antes en Castrillo», asegura orgulloso, y «ahora ya casi no hay ovejas por aquí». Pero para Gaspar, el pueblo sigue siendo atractivo y sigue manteniendo la magia de cuando él era un niño y jugaba junto a sus amigos a buscar loncejas (tubérculos parecidos a las patatas) por el campo para luego comérselas junto a los racimos que cogían de los árboles denominados acacias. Son los de Gaspar unos recuerdos de la infancia y juventud de color carbón y con sabor a queso.
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