Cuatro fotos de carné
Santa Cruz de Boedo estrena un parque infantil para los cuatro niños que residen en la localidad
Soraya de las Sías
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Los pequeños juegan en el nuevo parque infantil. / S. de las Sías. |
Si hubiera que elegir una imagen del medio rural, en la mayor parte de las localidades palentinas la instantánea recogería a los vecinos, los verdaderos protagonistas. A buen seguro y en más de una ocasión, el retrato sería el de una de esas personas mayores que uno se encuentra por los pueblos del valle del Boedo, desde la anciana sentada en un sillón de mimbre al remanso e intentando enhebrar una aguja hasta la vecina que se dirige con una botija de barro hacia la fuente o el abuelo que pasea con la boina por la carretera, entretenido en arrancar con la goma del bastón las malezas que crecen por las orillas.
Cada uno, fiel a su carácter, ha vivido y experimentado una situación diferente. No obstante, sus historias confluyen, se relacionan, comparten rasgos comunes y despiertan el mismo sentimiento de admiración al contemplar el rostro seco, enjuto y cansado que ha dejado el viento de los años, con la piel arrugada, los ojos vidriosos, las mejillas coloradas y ásperas y el cuerpo encorvado.
Una radiografía de la tercera edad que llega también a Santa Cruz de Boedo y a Hijosa, su entidad menor. El último padrón municipal habla de apenas 52 habitantes, de los que un elevado porcentaje son pensionistas jubilados, con Julio y Vitorina encabezando la lista, con 96 años. Durante 17 años, Santa Cruz no ha podido tachar la casilla de natalicios. Desde que Virginia García naciera en 1982, los vecinos han tenido que esperar hasta 1999 para disfrutar de nuevo de la alegría de un niño: de Miguel, el primogénito del matrimonio formado por José Miguel Pérez y María Purificación Iglesias. Una alegría que se completó hace dos años, en el 2004, con la llegada de Adrián, su segundo hijo.
De este modo, la joven pareja ha formalizado su compromiso con el medio rural, pues además de continuar en el trabajo del campo, ha decidido apostar por el pueblo como el lugar más tranquilo e idóneo para criar y educar a sus dos hijos.
Al parecer, Alberto González y Silvia Provedo han pensando lo mismo, pues el año pasado decidieron cambiar el ruido de Burgos por el sosiego de Santa Cruz y se instalaron en la localidad. «Mi padre era de aquí y siempre me ha gustado el pueblo. Ahora con dos niños pequeños –Urco, de 3 años, y Romeo, de 1–, pensamos que era el lugar perfecto para disfrutar, para que los pequeños jugaran con libertad sin tráfico ni prisas ni gente», explica Silvia, que tiene la idea de regresar a la capital burgalesa dentro de unos años. «A medida que los niños crezcan y vayan surgiendo nuevas necesidades educativas tendremos que pensar en regresar», añade la madre.
De momento, estos niños son los mejores usuarios del parque infantil que se puso a finales del 2005 gracias al apoyo de la Junta. «Ver a los niños jugando en el parque es el mejor regalo que podíamos tener. Son el juguete de todos los vecinos», señala orgulloso el alcalde de Santa Cruz, Jesús García.
Las fotos de carné de Miguel, Adrián, Urco y Romeo completan el álbum fotográfico del Valle del Boedo, que desde hace años pedía a gritos nuevas imágenes y rostros infantiles de piel fresca y suave, ojos alegres y vivarachos y mejillas sonrosadas.
El antiguo molino se transformará en una casa de turismo rural
S.S./PALENCIA
Junto a la iglesia, el Ayuntamiento, el parque infantil y la fuente recientemente acondicionada, hay otro edificio y rincón que sobresale y destaca en Santa Cruz de Boedo. Es el antiguo molino, donde reside desde hace 7 años su propietario, Fernando Cos-Gayón Pérez. Llegó desde Madrid cansado de la gran resaca que le había producido su agitada actividad y vida social desde la época de la movida madrileña. Entonces, buscó refugiarse en el Boedo, cerca de Osorno, de donde procedía su abuelo, de quien asegura que fue quien le «contagió y metió en vena el gusto por esta tierra, por la tranquilidad y por los días de pesca».
Ahora espera reconvertir poco a poco el antiguo molino en una casa de turismo rural, donde los malhumorados por el estrés de las grandes capitales puedan relajarse, sin pensar en nada y contemplando algunos de los iconos visuales, estéticos e informativos de la época de la locura nocturna, como los ejemplares de la revista ‘La luna’.
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