Pegados a las faldas del Curavacas
Vidrieros y Triollo son los dos primeros lugares poblados que conocen las aguas del río Carrión después de abandonar sus fuentes para descender por Pineda
GONZALO ALCALDE CRESPO | TRIOLLO
Para ir a visitar Triollo tuve que cambiar de aguas en el mejor sentido de la expresión, pues como venía de Cervera de Pisuerga, obligado me vi a abandonar la cuenca del río que la nombra para irme al encuentro con las del río Carrión. Atravesé el Valle Estrecho, una de las depresiones más bellas de la Montaña Palentina, y ascendí hasta el Alto La Varga, que se sitúa a más de 1.400 metros de altitud. Desde su bien acondicionado mirador, claramente se ve que es el punto donde se produce la separación entre las montañas del Pisuerga y las del Carrión. A levante se ven las tierras de Cervera, y a poniente, las de Triollo y Camporredondo, y cerrándonos el horizonte por el sur, el potente nudo montañoso de la Sierra de la Peña.
Según me acerco a Triollo, por el camino visito la pequeña población de La Lastra -pedanía que forma parte de su término- y desde allí casi vislumbro al otro núcleo que también forma parte de su municipio, Vidrieros. Por encima de él, la Peña Curavacas, la cumbre palentina por excelencia que parece que se le va a venir encima. Pero no es así, pues allí está oscura, inmóvil y friolera. Todavía en sus arrugas geológicas se instalan algunos neveros, y eso que estamos a finales del mes de mayo, por lo que tampoco me extraña que se cubra la cabeza con una boina de nubes.
Vidrieros y Triollo son los dos primeros lugares poblados que conocen las aguas del río Carrión después de abandonar sus montaraces fuentes, para descender raudas por los despoblados de Pineda. Sus turbiones de agua todavía saben y se sienten a nieve, lo que no impide que sobre ellas caminen algunos pescadores caña en ristre, intentando dar cebo a la reina de este río: la trucha.
Un largo y afarolado puente me permite cómodamente acceder a Triollo. A un lado, y casi pegado al río, veo que todavía siguen en pie los restos del antiguo molino. Hacía mucho que no venía por aquí. Triollo ha cambiado mucho, y más si lo comparo con las imágenes de mis recuerdos de hace veinticinco años. Allí se ve un hotel, varias casas de turismo rural, muchas y variadas viviendas de nueva construcción, las escuelas remozadas y reconvertidas en centro médico. Nada que ver con las deprimentes ruinas de casas y paredones caídos que en otros tiempos conocí.
Mientras doy una vuelta por el pueblo, me acerco a ver su iglesia parroquial de El Salvador, que en origen debió de ser románica, aunque poco conserve de esa época. Su planta se distribuye en una sola nave, contando a su vez con dos capillas laterales que se cubren con bóveda de cañón, además de la del Presbiterio, que lo hace con crucería estrellada. La portada de ingreso al templo ya es barroca, estando protegida por un pórtico. Si la visitamos por dentro, veremos en ella un buen Crucificado y una imagen de la Virgen con el Niño, ambas del siglo XVI, acompañados por San Roque, Santa Águeda, San Antonio de Pascua y Santa Eulalia, ya de tiempos barrocos. A todo esto, hemos de unir una pila bautismal del siglo XVI, así como una cajonería barroca, que está en la sacristía.
Como lejos no me queda, me acerco al Ayuntamiento a saludar a Gerardo Lobato Ruesga, el alcalde de Triollo, al que conocí siendo un chaval. Su madre nos dio acogida en su casa de Vidrieros hace ya muchos años, cuando anduve por allí haciendo unos libros de la zona donde salen retratados sus abuelos.
Este joven alcalde, padre de familia y residente en el pueblo, me explica que poco pueden hacer con lo que les ha correspondido de los Fondos Estatales, tan sólo mejorar el alumbrado público y arreglar algunas calles. También me dice que existe un cierto descontento con el Parque Natural, pues formar parte de él les está causando más inconvenientes que beneficios. |