Antepasados reales
Los tatarabuelos del príncipe Rainiero de Mónaco eran de Santa María de Redondo, en La Pernía
Soraya de las Sías.
En la iglesia de San Salvador de Cantamuda –cabeza de la comarca de La Pernía– se guardan con exquisito celo y mimo los libros parroquiales. No es para menos, si se tiene en cuenta que entre ellos figura la partida de bautismo de Gregorio de Mier y Terán, que al parecer fue el tatarabuelo del príncipe Rainiero de Mónaco. «En 27 de este año 1796 –escrito en letra–, yo, Don Antonio Martínez, beneficiado de preste y sacerdote en la parroquia de San Juan del Valle de Redondo, bauticé, puse óleo y crisma, e hice los demás exorcismos que previene el ritual romano a Gregorio, hijo legítimo de Antonio de Mier y Antonia Alonso de Terán», reza en el escrito.
Este mismo hecho lo recogen otros documentos que se encuentran en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid o en el Protocolo Notarial de Cervera de Pisuerga, donde además se especifica que Gregorio de Mier y Terán contrajo matrimonio con María de Celis y Dosal, y que la segunda de sus cuatro hijos, Luisa, se casó con Isidoro de la Torre, natural de El Puerto de Santa María, Cádiz.
La joven pareja emigró a Méjico y allí nació en 1856 su hija Susana de la Torre de Mier, quien se casó con el Conde Magencio de Polignac. De esta unión nació Pedro de Polignac, que por convenencia fue desposado con Carlotta, la hija reconocida de Luis II de Mónaco, los posteriores padres de Rainiero y de su hermana Antoinette.
Esta reconstrucción del árbol genealógico y la noticia de que el tercer abuelo de Rainiero procedía de la Montaña Palentina no es algo nuevo para los vecinos de Santa María de Redondo. Otros ya lo habían hecho antes. Su paisano Laureano Pérez de Mier publicó un estudio al respecto, y Vicente Torres de Mier y de Celis –a quien algunos conocen con el sobrenombre de ‘El Príncipe’ por su supuesto parentesco con la familia real de Mónaco y por su parecido físico con Rainiero– es un experto en conceder entrevistas para hablar de este asunto.
« Hay gente en San Salvador o incluso en Cervera que no me conocen por mi nombre. Me llaman El Príncipe», señala Vicente, que, aunque apunta que no le sienta mal este calificativo, reconoce que hay que aclarar varios asuntos para no llevar a equívocos o confusiones. «Comparto apellidos con algunos de los ascendientes de Rainiero, pero no soy familiar directo, no tengo parentesco alguno», matiza Torres de Mier y de Celis, mientras sostiene en la mano un reportaje publicado en diciembre del 2002 en la revista Interviu y titulado ‘Vicente, el primo español de Rainiero de Mónaco’. «Ya estoy cansado. He concedido entrevistas a televisiones de Madrid, de Barcelona o de Toledo. He recibido incluso alguna llamada de Radio Caracol de Colombia para interesarse por esta historia», agrega.
Sangre azul
El minero prejubilado de 53 años advierte de que ahora su única meta es vivir tranquilamente en Santa María, junto a su madre, Carmen, que el próximo 10 de julio cumplirá 96 años. «Cuando me prejubilé en la mina, cuando tenía más tiempo libre, decidí escribir varias cartas a la familia real monaguesca para explicarles dónde se hundían sus raíces y quienes eran sus antepasados, pero no me contestaron. Debe ser que el orgullo de la sangre azul y del poder no se quiere mezclar con la humildad y sencillez de estas tierras», espeta Vicente.
Su anhelo no es otro que olvidar esta historia, según confiesa. «Quiero zanjar este tema, pero no es fácil. Siempre hay alguien que pregunta por ello. Yo no busco nada, no quiero nada de esta gente. Solo deseo que se sepa que descienden de aquí, que reconozcan que sus ancestros fueron gente sana de la Montaña», especifica Vicente.
Mientras intenta recordar una anécdota relacionada con este asunto, se ofrece como guía para dar un paseo por las praderas aledañas a su casa, ahora repletas de vistosos lirones amarillos, y explicarnos la ruta que hay que seguir desde el pueblo para llegar hasta la Cueva del Cobre y el nacimiento del río Pisuerga.
Embelesados en la charla acerca del atractivo que esta zona tiene para centenares de turistas que acuden en busca de rutas de senderismo o de un simple contacto con la naturaleza virgen, a Vicente Torres le llega un nombre a la mente: José Luis Estalayo.
Era un fraile de Tremaya –localidad cercana perteneciente también a La Pernía–, que trabajó como misionero en Méjico y que tuvo la oportunidad de reunirse con Rainiero, a quién le explicó su árbol genealógico. «El viejo conoció la historia, pero no quiso saber nada», matiza Vicente, a quien sus vecinos seguirán llamando ‘El Príncipe’, a pesar de reconocer él mismo «que ni sangre azul, ni casinos, ni derroche, ni tanto glamour»
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Atractivos Turísticos
PATRIMONIO HISTÓRICO
Recorrido por el arte románico y por la abadía de Lebanza
Siguiendo la carretera que une Cervera con Potes se llega a San Salvador de Cantamuda, cabeza de la comarca de La Pernía. Entre sus atractivos figura un paseo por las casas blasonadas, el rollo jurisdiccional del siglo XVI y su iglesia, que perteneció a un antiguo monasterio y se edificó en 1181 por orden de la condesa Doña Elvira. La unidad del conjunto, que conserva el altar románico y que presenta quizás la mejor y más completa espadaña en este estilo, le convierte en uno de los principales templos de la provincia.
A tres kilómetros está la abadía de Lebanza, fundada en el siglo X por los condes lebaniegos Alfonso y Justa. Son pocos los restos que quedan del edificio original, pero la visita es obligada.
PARAJES
Cueva del Cobre y río Pisuerga
Los lugares de nacimiento de los ríos suelen ser lugares de peregrinación. Hasta la Cueva del Cobre, en el valle de Redondo, llegan centenares de curiosos en busca del humilde surgir del río Pisuerga. Sin embargo, son muchos los que dicen que su verdadero nacimiento está algo más arriba, en las laderas del pico Valdecebollas.
TRADICIONES
Leyendas, y símbolos
Dos son las leyendas que destacan. La venganza del conde, que explica el origen del nombre de San Salvador de Cantamuda, y la de la Virgen de Viarce o Peñas del Moro, con referencia a las ruinas monacales que allí se encuentran. Los relatos aparecen en el libro ‘Historias y leyendas palentinas’, de Roberto Gordaliza.
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