Un espíritu inquieto
El barruelano Julián Bañuelos explica su trayectoria vital y su progresiva carrera empresarial
Texto y fotografía de Soraya de las Sías
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Julián muestra fotografías de Venezuela en Aguilar |
Es imposible resumirla en apenas unos párrafos. La vida de Julián Bañuelos Gutiérrez ha sido tan intensa y sigue siéndolo ahora, a sus 78 años, que pertenece al terreno de lo comprensible y normal que este barruelano de nacimiento se haya planteado la posibilidad de escribir y publicar su biografía en un futuro más que cercano. Lo que cuenta con la serenidad que entrega en trueque la experiencia de los años llama la atención del que escucha desde el primer momento, desde que dice que nació en 1929 y tuvo dos madres: Pepa Gutiérrez, su progenitora, y Emilia Alberdi, su vecina, quien socorrió a su madre tras un parto difícil y doloroso, quien le recogió del suelo casi moribundo y le acogió en su pecho para reavivarle con calor. «De esto tuve conocimiento siendo ya mayor. En 1982 tuve la oportunidad de ver a Doña Emilia en Aguilar. Estaba ciega, pero me reconoció leyendo mi rostro con las manos, Me contó aquella historia, casi milagro, con el mismo cariño con el que me salvó la vida. Es algo por lo que siempre deberé estar agradecido», explica Julián.
El interés no merma ni decrece con el relato de los años sucesivos. La honestidad del protagonista hace que no tenga reparo alguno en explicar que la situación económica holgada y acomodada de la que goza en la actualidad no siempre fue así. El ruido y estallido de la Guerra Civil sonó más fuerte en su casa, con un padre que defendía políticas socialistas de ayuda a los pobres y necesitados y que sufrió desde la cárcel cómo la sectaria contienda política le robó el apetito y el derecho a una educación a sus hijos, inculcándoles como único ideal la lucha por la supervivencia. «No pude ir a la escuela, era analfabeto. La guerra me pillo de un lado a otro con mi madre y mis hermanos en busca de mi padre y en condiciones míseras. Eso te obliga a ser un niño con mentalidad de adulto pero sin entender por qué actúan así los adultos. Solo sabes que hay que ser fuerte andar más listo que el hambre», sentencia Julián, que guarda en su memoria las artimañas que su madre tuvo que idear para escapar del control de los soldados nacionales o de las penurias que pasaron antes de regresar a Barruelo y recuperar la normalidad tras la guerra. «Pero aquello era imposible. No teníamos qué comer ni dónde vivir, nuestra casa había sido asaltada. Al poco tiempo recibimos la carta de que mi padre había sido fusilado en Pontevedra. No nos quedó otro remedio que ser mayores de repente y trabajar, servir o trabajar en la mina finalmente», agrega Bañuelos Gutiérrez.
En las entrañas de la tierra, entregado al negro carbón, consiguió salir adelante paulatinamente. El hambre pasado no solo avivó su ingenio, le dibujó la silueta de un hombre luchador, emprendedor y con un sexto sentido para los negocios, aunque algunos se empeñaran en derrumbar algunos de sus proyectos, como aquella plaza de toros que construyó en 1956 en Barruelo.
Reunió el tesón y amor propio suficientes para superar las trabas y obstáculos que interponían en su camino hasta que un día encontró en el titular de una revista la solución a sus inquietudes: ‘Venezuela: el país que más rápidamente crece y se desarrolla en el mundo’. No se lo pensó dos veces. Latinoamérica le ofrecía entonces la oportunidad de dar rienda suelta a sus proyectos de crecimiento y de hacer crecer el escaso bulto que el dinero dibujaba en su bolsillo. Contaba con la oposición de algunos de sus familiares y con el dolor de separarse de su esposa Estela, pero con un mundo nuevo de oportunidades. Tras una temporada trabajando en un almacén de material de oficina su olfato le acercó hasta las minas de Anzuátegui, donde comenzó a trabajar como un peón normal y gracias a su trabajo acabó saliendo como jefe, con un currículum equiparable al de un ingeniero, con más de 80 túneles construidos. Allí aprendió todo lo referente a las infraestructuras técnicas de minas y canteras. 24 años habían dejado el poso necesario para poder regresar a casa con proyectos firmes. Así creó y puso a funcionar las canteras de Villallano, que en el 2001 fueron adquiridas por la cementera Alfa tras haber sido un referente empresarial en la zona.
Su espíritu permanece aún inquieto. A pesar de invertir la mayor parte de su tiempo en el museo de mariposas que tiene en Aguilar, su mente no deja de trabajar y de pensar.
Patrimonio artístico
Paseo por los templos románicos y visita al santuario del Carmen
S. S. / PALENCIA
La iglesia parroquial de Barruelo de Santullán, dedicada a Santo Tomás, fue volada en la revolución minera de 1934, por lo que gran parte de su antigua fábrica románica resultó dañada, aunque se consiguió salvar gran parte del ábside, que fue integrado con acierto en la restauración neo-románica que se efectuó en el templo.
En el interior conserva una excelente talla románica de Virgen sedente con el Niño, además de una amplia colección de retablos. El paseo continúa en los caseríos de Nava de Santullán y Santa María de la Nava, que comparten el santuario de la Virgen del Carmen, y por las entidades menores del municipio, como Cillamayor, cuya iglesia parroquial alberga importantes vestigios románicos.
Museos
De la minería y Herminio Revillas
Además del paseo por el patrimonio, la arquitectura típica de montaña o el paisaje, Barruelo ofrece al turista y viajero la posibilidad de visitar el Centro de Interpretación de la Minería, donde se expone y resume la tradición minera de la localidad, y el museo de tallas de madera y maquetas en movimiento que posee el artista Herminio Revilla.
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